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La química del amor
La química domina todas las experiencias emocionales por las que es capaz de pasar el corazón humano, desde un pequeño enfado hasta un ataque de risa. El amor, por muy mitificado que esté en la cultura y la sociedad, no deja de ser otro proceso químico del cuerpo al servicio de instintos y funciones vitales.
Todas las fases que se desarrollan en una historia de amor, atracción o afecto están relacionadas con unas serie de compuestos, hormonas y neurotransmisores, que se encargan de que asegurar el correcto funcionamiento social que permite desempeñar las necesidades biológicas de relación y reproducción imprescindibles para la continuación de la especie.
¿Qué compuestos químicos actúan en el cuerpo cuando uno se enamora y para qué sirven?
Cuando una persona se enamora, se guía por las feromonas que percibe en el aire. Ellas y las hormonas sexuales, los estrógenos y la testosterona, son los encargados de hacer que desee a ese alguien especial. La aceleración en el pulso y la boca seca que derivan en esos momentos de cercanía, junto a las pupilas ligeramente delatadas, son obra de la adrenalina que segrega la glándula pituitaria. La adrenalina estimula los reflejos y es la culpable de los movimientos y posturas que se adoptan cuando se quiere gustar o llamar la atención.
Una vez se empieza a conocer a dicha persona y la atracción se profundiza, la sensación de placer y electricidad que invade la piel al tener cerca a la persona en cuestión la provoca la liberación de dopamina. La dopamina es el neurotransmisor responsable del placer y, además de liberarlo al enamorarse, también se genera con los juegos de azar y la consumición de drogas. La importancia de la dopamina reside en que forma parte del sistema de recompensas que empuja a seguir realizando las funciones vitales a base de estímulos positivos. Los efectos de la dopamina provocan euforia y un subidón de energía y, cuando desaparecen, dan lugar a un malestar parecido al mono.
La dopamina da paso a la feniletilamina, que otorga esa placentera sensación de estar flotando en una especie de nube. La feniletilamina es un compuesto químico de la familia de las anfetaminas y, según algunos estudios como los realizados por el psiquiatra norteamericano Donald F. Klein, sus efectos duran entre 3 y 4 años en el cerebro, la misma duración que se impone a la pasión. Las glándulas también segregan norepinefrina o noradrenalina, otro neurotransmisor que induce euforia y excita el cuerpo. La norepinefrina baja la presión arterial y profundiza la respiración, provocando que el corazón se salga del pecho además de nervios, sonrisas, rubor y sudoración en la palma de las manos.
Los sentimientos más profundos e intensos de amor y afecto como tal son obra de la tradicionalmente conocida como hormona del amor, la oxitocina, que ayuda a estrechar lazos emocionales y a experimentar apego. La oxitocina se produce en el hipotálamo y se libera en la hipófisis o glándula pituitaria para provocar excitación y embelesamiento. No sólo es responsable del amor y la atracción sexual, sino que también induce a potenciar las relaciones sociales y la generosidad. La cantidad de oxitocina que liberan las glándulas depende de numerosos factores, como los gustos, la ideología y las creencias, la percepción del mundo y de los demás, los valores, las experiencias y las expectativas. La oxitocina también participa en el sistema de recompensas, y se cree que es la responsable de la monogamia.
El contacto físico ayuda a liberar oxitocina, lo que arrastra al sujeto desarrollar lazos de confianza con la persona por la que se interesa. Caricias, besos y abrazos ayudan a producirla, como también lo hacen el comer chocolate o acariciar a una mascota. Altos niveles de oxitocina dan paso a la segregación de otros neurotransmisores como la dopamina, la noradrenalina o la serotonina que, a su vez, inundan el cerebro de feniletilamina.
La serotonina, por otro lado, es conocida como la hormona de la felicidad y mantiene la pasión bajo control. Regala un estado de ánimo óptimo y sensaciones de bienestar, optimismo y sociabilidad. La serotonina suprime emociones negativas como la ira y la agresión y se libera también, además de con la comodidad de estar en pareja, al percibir respeto. Con el tiempo, el cuerpo se acostumbra a su efecto y este se atenúa, lo que provoca que el organismo la necesite en mayores cantidades para sentirse bien. Esto es lo que da pie a que las relaciones se vayan desgastando y, con el paso de los años, los sentimientos pierdan intensidad.
Otras hormonas y neurotransmisores que participan en el proceso de enamoramiento y apego son la acetilona, el endovalium, la vasopresina y las endorfinas. La acetilona es la hormona que provoca el celo en todos los animales, el endovalium libera la imaginación y provoca el fantasear con situaciones románticas o eróticas, la vasopresina reafirma las relaciones y atenúa los sentimientos de pasión y lujuria para dar paso a un estado más estable y sosegado y, por último, las endorfinas producen placer.
Para volver a estimular la liberación de las hormonas que hacen que una relación sea más pasional, lo mejor es pasar tiempo junto a esa persona y desarrollar actividades divertidas y diferentes en pareja. Vivir aventuras o realizar algo no hecho nunca antes en pareja propicia la fabricación de dopamina y oxitocina. Mantener relaciones sexuales con asiduidad también ayuda, ya que libera oxitocina, endorfinas y vasopresina (ayudando a reafirmar la relación).
Cuando una relación se acaba, parece que el mundo se acaba con ella. No es para menos: las sensaciones que derivan de una ruptura activan las mismas áreas cerebrales que una caída. El desamor provoca niveles bajos de oxitocina y, sobretodo, serotonina. Este efecto se ve acentuado por el hecho de haber tenido los niveles más altos de lo normal durante las primeras etapas de atracción y apego. El descenso en la producción de serotonina se suele dar cuando se experimentan situaciones desagradables o tristes, con el enfado o las malas noticias y provoca obsesión y depresión.
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