Los silencios y los sonidos de Almería en los días de Pasión

Semana Santa

Son los mismos que emocionaron a nuestros padres y abuelos

Costaleros ganan el cielo con el paso del Señor de la Vida.
Costaleros ganan el cielo con el paso del Señor de la Vida. / Rafael González
Julio Gonzálvez

03 de abril 2023 - 23:40

Los ruidos tradicionales de Almería, los que nos acompañan durante todo el año, en el transcurrir diario, ahora se callan. Las calles se abren, se hacen más grandes y dejan paso a la melodía de una marcha procesional o a los silencios. Los momentos de antes de pasar una hermandad son instantes donde callan los ruidos tradicionales y solo el soniquete de los tambores que se perciben lejanos anuncian que pasará ante nosotros un cortejo nazareno. Estamos acostumbrados a verlo año tras año, pero también es preciso que nos adentremos en apreciar a la ciudad desde esos mismos sonidos y esos silencios que Almería y sus gentes acompañan.

Sonidos del rachear de alpargatas costaleras sobre el pavimento del recorrido. Sonidos de tambores y cornetas que hacen lastimera la tarde y la noche. Sonidos de una marcha que acompaña el paso de los costaleros. Sonidos del “llamaor” de un paso, de la voz grave del capataz, del solo de corneta o la dulzura de la capilla musical. Sonar de lúgubres quejaos de la garganta del saetero que acalla rumores de un público expectante ante Jesús muriendo en las calles de Almería.

Y silencios. Los de la ciudad cuando se postra ante el Cristo del Perdón el Martes Santo. O cuando pasa el Cristo de la Buena Muerte, que salido de la gubia de José María Hervás, vemos y sentimos por el calle Cubo y Plaza Biendicho. Silencio cuando un capataz manda una variación dificultosa y silencios que se vuelven emoción cuando el último varal del palio se ha puesto en la calle después del trabajo costalero por la puerta de la Iglesia de San Juan.

Lo hemos vivido de antiguo, aunque muchos años fuera, los sonidos y los silencios uno ya sabe mezclarlos. Sonidos y silencios que uno no olvida. En los días de Pasión son los mismos que emocionaron a nuestros padres y abuelos y los que seguirán por generaciones varias haciéndose presentes en las tardes y noches de unos días únicos. Por eso, se mezclan los aromas de una nueva primavera que perciben nuestros sentidos con la tradición, religiosidad y perseverancia de las cofradías.

Veintidós que, después de un año intenso, volverán a decirle a Almería que, a pesar de todo, siguen muy vivas entre nosotros, procurando atender los postulados de su creación desde el culto público y privado, el apostolado y la caridad con los demás. Aunque suene a antiguo, las cofradías cumplen sus principios comprometidos con el pasado, viviendo el presente y esperando un futuro aún más prometedor.

Cuando llegue le Domingo de Resurrección todo habrá terminado, pero también se iniciará otro año con el trabajo y esfuerzo de los cofrades de Almería. La ciudad se pone guapa para mostrarse tal y como es. El esplendor de esta primavera y la tradición secular de su Semana Santa.

Ser costalero

Las procesiones son catequesis vivientes de la Pasión de Jesús. La entrega del costalero llevando las imágenes por calles y plazas, ayuda a conservar la tradición y ensalzar la belleza plástica de la Semana Santa, contribuyendo a avivar la fe del cristiano, al ver a “su Cristo” y “su Virgen”.

El costalero que carga con su parte en la trabajadora como promesa, penitencia, colaboración, o simple donación, sin esperar ni querer nada a cambio, experimenta grandes sentimientos y emociones, lo que en estos tiempos puede considerarse un privilegio. Gracias a la gente joven que con su buen hacer han hecho más grande la Semana Santa. ¿Qué sería sin ellos?

En el nerviosismo de los prolegómenos los veteranos tranquilizan a los que empiezan y el capataz con los resultados de los ensayos, distribuye los puestos –costero, corrientes, fijadores, pateros-. Tras la bajada del faldón del paso, todos están expectantes y aguardan la señal seca del “llamaor”. En la salida por el dintel de la puerta, el paso cimbreado hace subir el clamor popular que aguarda que el paso esté ya en la calle, a las notas de la Marcha Real. o Marcha de Granaderos, lo que es nuestro himno nacional.

Un costalero del Resucitado se ajusta el costal, con su mascarilla bien colocada.
Un costalero del Resucitado se ajusta el costal, con su mascarilla bien colocada. / Javier Alonso

A partir de este momento, cada uno, con el afán de cumplir su penitencia, empieza a llevar su propia cruz de soledad, de enfermedad, de paro, de desamor, de injusticia… Es el tiempo del silencio: “solo desde el silencio se puede estar con Dios aquí en la tierra”. Lo duro del camino, el no ser conocido ni importante, el cambiar el yo por el nosotros, el sudor, el lento caminar obediente a las voces del capataz, solidario y fraterno, junto con el esfuerzo de los demás, permite juntar el cielo con la tierra.

Las emotivas “levantás” –todos por igual valientes- y la voz espontánea del saetero que sale del corazón, por seguirillas o martinetes, pellizcan al costalero en su emoción incontenible y le hace saltar la más profunda lágrima del recuerdo.

Con la cerviz en la trabajadora y acompasado por los sones de la marcha que suena o el golpe seco del tambor, o el susurro del racheo de las zapatillas, avanza en la tarde-noche por las calle del casco histórico de nuestra Almería, y ya acusa su cansancio; su cuerpo dolorido se aproxima a los últimos esfuerzos. La recogida, o mejor dicho el encierro, es especialmente emotiva. El olor la cera quemada, las flores y el aroma del incienso durante todo el recorrido se mezclan con la intensidad de la noche. En la puerta del templo se producen los últimos rezos por saetas y una cercana nostalgia del alma lo espolea en su entrega, sacando fuerzas de flaqueza. Una vez más la atmósfera de llena de los sones de la Marcha Real. Ya una vez dentro, la voz del capataz resuena por última vez: ¡Ahí quedó!

stats