Rezo y cante por saetas
Semana Santa 2025
De coplas y jaculatorias penitenciales pueden proceder las saetas primitivas, viejas o llanas

La saeta, en el frondoso y fecundo árbol del cante flamenco, se encuentra con la seguiriya, la carcelera, el martinete o la soleá para hacer del rezo un cante, para rezar cantando en estos señalados días de la Semana Santa. Sin embargo, no fue ese su origen, sino que la saeta posiblemente proviene -sin pueda afirmarse con rotundidad- de tres devociones monoteístas, con sus muchos cantes verdaderos.
Antecedentes de la saeta pueden ser, por ello, los pregones que los almuédanos de las mezquitas, sobre todo en Córdoba, Granada y Málaga, hacían más llamativos con versificaciones melódicamente acompañadas. No se celebraban, claro está, concursos de cante, pero los almuédanos competían por hacerse más conocidos y recompensados.
También cabe encontrar precedentes históricos en el canto religioso de las sinagogas judías, o en las lúgubres salmodias de los duelos sefardíes. Incluso, bajo la apariencia de letras cristianas, los judíos, temerosos de la Inquisición, acaso dispusieran de una forma de comunicación clandestina.
Finalmente, la ascendencia cristiana parece más directa, a partir de los antiguos cantos interpretados por los frailes franciscanos en las procesiones de penitencia, que llegaron a tomar los compases, todavía austeros, de la saeta vieja. No solo la penitencia inspiró el cante, sino que, reunidos los devotos y los campanilleros de los Rosarios de la Aurora y de las Novenas de Ánimas, además de en las nocturnas rondas con faroles de los Hermanos del Pecado Mortal, las saetas, fervor del rezo, eran asimismo avisos y sentencias, cantadas como coplillas y jaculatorias. Interpretaban estas los padres franciscanos, entre los siglos XVI y XVIII, en sus misiones callejeras. Y recibieron el nombre de saetas, bien distintas de las flamencas, pero con mucha probabilidad antecesoras. Se aplicaban, en lugar de a la pasión del Nazareno y a los dolores de su madre, al arrepentimiento de los pecados y a la buena confesión: “¿Cómo se piensa salvar / quien no se quiere confesar?”. Los pecados capitales habían de ser también materia de admonición: “La gula engruesa los cuerpos / con sus regalos profanos / para cebo de gusanos”. Y la necesidad de contrición acaso librara de una pasmosa justicia final: “Si por las culpas ajenas / castiga Dios a su Hijo / ¿qué será del pecador, / su declarado enemigo?”.
De tales coplas, en fin, pueden proceder las saetas primitivas, viejas o llanas; y de estas, las actuales saetas flamencas. Así las cosas, la saeta llana o popular es un eslabón intermedio, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, entre el canto y el cante. Pues, aunque tenían la forma y el compás de las admoniciones religiosas de las misiones callejeras, las letras ya consideran el relato de la Pasión y el pueblo que las canta expresa con ellas hondos y exaltados sentimientos. Llegado fue, así, el tiempo en que la saeta se hizo exhibición o espectáculo, aplicados los cantaores a interpretar las saetas antiguas con modulaciones flamencas, hasta configurar la saeta ya plenamente flamenca, bastante más virtuosa que popular o piadosa, en conjunción o variedad de palos para el cante.
Mas, aflamencadas las saetas, en modo alguno perdieron el lacerante efecto de una impresión que hiere el alma. ¿Acaso no conmueven estos versos fatídicos?: “En el Calvario se oía / el eco de un moribundo / y en sus lamentos decía: / Me encuentro solo en el mundo / con mi cruz y mi agonía”. O esta contemplación apesadumbrada: “Míralo por donde viene / el mejor de los nacíos. / Llenas de espinas sus sienes / y el rostro descolorío, / que ya figura no tiene”. O esta reverberación patibularia: “Los clavos que previnieron / para poderlo enclavar / sin puntas los dispusieron / y por no poder entrar / golpes y más golpes dieron”. O este encuentro arrebatado de dolor: “Cuando Madre e Hijo se vieron, / sobre aquella turba impía, / de dolor desfallecieron / y al decirle Madre mía / hasta los astros gimieron”.
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