El poder al martillo
¿Somos tan importantes los costaleros? Sí, pero al nivel de cualquier hermano/a

Hubo un tiempo en que los hermanos elegían a su Junta de Gobierno, la Junta al capataz y el capataz a sus costaleros y cada cual sabía perfectamente dónde empezaba y dónde terminaba su tarea; y aquello no era autoritarismo sino orden y sentido común. Pero ese equilibrio se invirtió en algunos casos y de aquellos polvos vinieron algunos lodos molestos", dijo Enrique Esquivias en el pregón de la Semana Santa de Sevilla de 2007.
El que fuera hermano mayor del Gran Poder, uno de los 'mastodontes' de la Semana Santa sevillana, pronunció estas palabras en relación a una serie de problemas que, de momento, no se viven en el seno de las hermandades de Almería o, al menos, se dan de una manera más tibia. Aquí, pese al boom de los últimos años, los costaleros aún no son hermanos por obligación como allí sucede en casi todas las hermandades y, por tanto, no se ha desvirtuado la esencia histórica de un oficio que está desviándose de su razón de ser.
Por referir algo más cercano, recuerdo la intervención de Francisco Javier Giménez 'El Latas' en la mesa redonda 'Los Martillos del Domingo de Ramos', que con un éxito inusitado organizó la Hermandad de la Cena el pasado mes de enero. "En Almería hemos empezado la casa por el tejado". El capataz más prolífico de la ciudad se refería con estas palabras a, entre otras cosas, el excesivo protagonismo que tienen los costaleros y capataces en las hermandades, hasta el punto de supeditar cualquier decisión de la hermandad a su opinión o a la 'necesidad' de tener contentos a los hombres de abajo.
¿Somos realmente tan importantes los costaleros? Sí. Pero lo somos al nivel de cualquier otro hermano o integrante de la cofradía el día de la estación de penitencia. El resto del año, somos hermanos como otro cualquiera y el hecho de ajustarnos un costal a la cabeza o dar golpes de martillo durante el día más importante, no nos convierte en cabezas de opinión ni en casta intocable. Como dijo Esquivias, las funciones en las hermandades y los límites de éstas se están difuminando, y en Almería pasa especialmente con los capataces y en menor medida con los costaleros.
Una Junta de Gobierno es soberana en todas sus decisiones desde el momento que es elegida por los hermanos en los cabildos de elecciones. Aunque esta afirmación parezca tan obvia, aún hay quien piensa que los acuerdo de junta deben pasar por el tamiz de la opinión de los capataces o de algunos que son -o se visten de- costaleros un día al año -o cuatro o cinco, según los ensayos que tengan-. La responsabilidad del capataz es la de mandar un paso con la mayor dignidad posible y elegir sus costaleros para llevar a cabo ese fin, y la del costalero es la de obedecer al capataz, delegado de la Junta para esos menesteres, ser compañero y aguantar los kilos que le toquen en ese momento. Para elegir itinerarios, horarios, bandas e incluso repertorios están los representantes de todos los hermanos, la Junta de Gobierno.
¿A qué es debido el inmenso poder de los capataces en Almería? ¿Por qué un capataz se cree con el poder de decidir si un cambio de itinerario aprobado por la Junta se realizará o no? ¿Por qué creen que pueden y deben ponerse por encima de oficiales de Junta o incluso de otros capataces de la misma hermandad? ¿Por qué es capaz un costalero sin ser siquiera hermano de tratar de imponer a un hermano mayor los pormenores de un próximo estreno? ¿Qué han hecho los nazarenos para estar a merced de los caprichos de unos pocos?
La respuesta viene de la necesidad. La necesidad que hace unos años tenían las cofradías de contar con costaleros suficientes para llenar los pasos, siendo ese casi el único objetivo para el que todos remaban a una toda la Cuaresma. Parecía que una Hermandad con los pasos llenos de gente ya lo tenía todo. Y no es así. Vuelvo a decir una obviedad que no por repetida se hace menos necesaria. Los costaleros somos -porque yo lo también lo soy- uno más en una cofradía y uno más en una hermandad. Somos tan privilegiados como el resto, tan necesarios y tan imprescindibles como cualquier otro, y más ahora que esa época de necesidad parece haber pasado a mejor vida en la mayoría de nuestras corporaciones. El mundo del martillo y del costal -sobre todo este último- marcha bien en Almería, pero ello no nos debe hacer olvidar cual es nuestro lugar en las cofradías, en las hermandades y, como no, en la Iglesia.
Huelga decir, que hay que apelar a la colaboración de todos los colectivos de una corporación con el bien de ésta y, desde luego, son las cuadrillas de costaleros uno de los que más cohesión demuestra a lo largo del año. La moderación de las corrientes nos ayudará a conseguir que todo vaya mejor, pues tampoco sería deseable caer en el ambiente generado actualmente en Sevilla, cuna del costal, en el que los costaleros son tratados casi como demonios y tachados de culpables de todo lo que pasa en las cofradías por los desmanes de unos pocos que ni siquiera representan un porcentaje reseñable de entre las miles de personas que se meten bajo los pasos en la capital de Andalucía.
Por tanto, recordemos las palabras de Enrique Esquivias, y al igual que los capataces no consienten -o no deberían consentir- que las Juntas de Gobierno metieran las narices en su trabajo más allá de dar una serie de directrices generales que concuerden con el estilo de la cofradía, no seamos ni los de negro ni los del costal culpables de mangonear y querer decidir e imponer lo que no nos corresponde. Que los costaleros sean costaleros, que con eso nos sobra.
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