La Pasión de Jesús en la pintura
Semana Santa 2025
La historia del Arte está plagada de grandes obras maestras que narran la Pasión, Muerte, Crucifixión y Resurrección

La historia del Arte está plagada de grandes obras maestras que narran la Pasión, Muerte, Crucifixión y Resurrección, desde su carácter más conceptual y evangélico, reflejo de la institucionalidad de la Iglesia católica en todos los ámbitos de poder, especialmente entre los siglos XIII y XVIII.
He aquí algunos ejemplos:
1.- "El expolio" (1577-1579), de El Greco (Catedral de Toledo) es un enorme óleo sobre lienzo cuyo tema no es muy habitual en la iconografía. Muestra el momento en el que Cristo es despojado de sus ropas para ser crucificado. Jesús, con una túnica de rojo muy intenso, domina sobre el resto de la composición y está representado, no como Dios, sino como hombre víctima de las pasiones humanas.
2.- “Cristo crucificado”, de Velázquez (Museo del Prado), es la imagen más devota, más copiada y reproducida de todos los tiempos, quizás por esa sensación de reposo, de soledad y recogimiento que irradia frente al sufrimiento; un dolor contenido que da paso a la calma, que sobrecoge más que cuando las marcas externas del martirio se evidencian. Representa el mismo instante de la muerte de Cristo, sin hacer referencia alguna al espacio ni al tiempo, donde solo un suave halo de luz mística lo envuelve... Nuevamente Jesús como luz se impone sobre las tinieblas.
Una contradicción —serenidad frente al sufrimiento— que el pintor sevillano resuelve en este Cristo muerto encargado por el rey Felipe IV, a quien representa el pintor inerte, apolíneo, clavado con cuatro clavos, que suma elementos barrocos a su clasicismo, pero sin el dramatismo de su época, para dar paso a una paz sobrenatural, fuente de la trascendencia de la obra.
3.- “El Descendimiento de la cruz”, (1435), obra maestra del flamenco Rogier Van der Weyden, sería la sección central de un tríptico cuyos laterales no se conservan. La obra recoge el momento del descendimiento del cuerpo de Cristo encuadrado por una composición de diez figuras de tamaño casi natural que parecen formar un grupo escultórico.
Van der Weyden, uno de los pintores flamencos más importantes, nos presenta a un Jesucristo de cuerpo pálido en el que no se observan las huellas de la flagelación pero que, sin embargo, está a punto de perecer. Con la cruz exactamente en el centro del lienzo, las figuras que componen la escena están a punto de derrumbarse ante el horror de la situación.
Extraordinaria mezcla de realismo y artificiosidad propio de lo flamenco, muestra en el centro la figura ingrávida de Cristo sostenida por José de Arimatea y Nicodemo, mostrando un cuerpo bello, pero no apolíneo, con corona de espinas, y donde la fidelidad anatómica se sacrifica a la elegancia y el preciosismo de las formas. Ejecutada para una capilla de Lovaina fue comprada por María de Hungría, gobernadora de los Países Bajos, y hermana del emperador Carlos V, en 1549 y que tras su muerte fue trasladada a El Escorial.
La Pasión de Jesús en la escultura
“La piedad del Vaticano”, (1498-1499), de Miguel Ángel Buonarroti es una majestuosa escultura realizada en mármol que representa el momento en el que una jovencísima María, madre, soporta el terrible dolor de la muerte del hijo, a escala natural y visto desde el idealismo neoplatónico del Renacimiento, donde la belleza se sobrepone al sufrimiento. Un rostro de madre-niña responde también al deseo de representar a la madre de Jesús eternamente inmaculada, sin pecado, eternamente Virgen. Fue la primera de las Piedades que hizo Miguel Ángel, con tan solo 24 años, una obra que resultó tan elevada que muchos dudaron de su autoría, por lo que en un ataque de furia, grabó su nombre, sobre el pecho de la Virgen, siendo su única obra firmada. Destaca el inteligente juego de pliegues de las telas que, en la parte inferior, adquieren mayor rotundidad y volumen para dar estabilidad, mientras que en ganando altura se vuelven más finos para que la luz resbale, ganando trascendencia...
4.- “El santo entierro” (1602-1604), de Caravaggio (Museos Vaticanos), no es un tema tan tratado comparado con la pasión, crucifixión o resurrección, de ahí que esta pintura resulte excepcional. San Juan y Nicodemo sostienen con esfuerzo el cuerpo inerte de Jesús que ocupa el centro del lienzo. Caravaggio se aleja del equilibrio del modelo renacentista al mostrar unos personajes rudos, abatidos y agachados, en una composición donde abundan los escorzos violentos: el de las manos gesticulantes de una de las Marías que, situadas atrás, mira al cielo agudizando el dramatismo, o el del propio dramatismo del cuerpo de Cristo.
El sepulcro, en primer plano, sitúa al espectador a un nivel inferior, acentuando la monumentalidad y la potencia de los escorzos. Pero frente al tenebrismo de Caravaggio, en el centro, resalta el cuerpo inerte y desnudo de Cristo como única fuente de luz. De realismo sobrecogedor, donde la carne blanda del brazo se desploma evidenciando el peso de la muerte, sin signo de divinidad. Las figuras que le portan resultaron demasiado rudas, reales, algo que disgustó a parte de la curia romana que protestaron porque, "más que apóstoles, parecían bárbaros"
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