El Domingo de Ramos en Regiones Devastadas tiene un nombre: Estrella
Semana Santa 2025
La Hermandad procesiona a partir de las tres de la tarde desde su templo de la calle Alta de la Iglesia

Deben empezar estas líneas con una confesión: de niño rechazaba (casi) todo cuanto tuviese que ver con la Semana Santa. Lo único que provocaba una sonrisa en mi rostro eran las vacaciones escolares, tiempo para el placer. El año pasado no hubo día que no saliera a ver, al menos, alguna de las procesiones. No concibo otro plan para días que, por la aguerrida vida laboral, ya no son de descanso.
Cada día tiene un escenario marcado. Los lunes es la Pasión; los jueves, el Encuentro... y así todas las jornadas. Estudiar Historia del Arte en Bachillerato sirvió para dos hitos:encadenar suspensos evaluación tras evaluación (siempre se me dio mejor ver las obras que estudiarlas) y apreciar la belleza oculta de los días en los que la ciudad se sumerge en un ambiente especial, donde el reloj parece detenerse y el incienso es el oxigeno que se respira.
Hay un día marcado en rojo en esta semana y es el Domingo de Ramos. A las tres de la tarde tuvo el valor de procesionar la Hermandad del Estrella el año pasado, osadía que se repite en esta ocasión, y tras ella fuimos unos cuantos, abandonando el barrio de Regiones Devastadas, con 81 años de historia a sus espaldas, en busca del centro.
En la acera se vive una procesión paralela, en la que caminan las almas guiadas por cuestiones de fe o de amistad, qué más dará, al paso tranquilo de las imágenes que, haciendo un meritorio giro, parten desde la parroquia. Penitentes, mantillas, pasos y demás protagonistas de cada una de las caminatas piden paso a la rutinaria vida en busca de expresar lo que sienten, lo que respiran durante todo un año y solo un día pueden pregonar a los cuatro vientos.
Pocos eventos gozan de un respeto y de una atención como la Estrella vive entre su marcha y el regreso a la calle Alta de la Iglesia. Solo el ritmo de la banda, las saetas y algún teléfono que alguien olvidó apagar son capaces de amortiguar el ruido. Todo empieza un par de horas antes, cuando el templo se abre para recibir a los integrantes de la comitiva. En las semanas previas se han repartido las papeletas, los hábitos nazarenos o las insignias.
Casi sin tiempo a comer, los vecinos van bajando por la Calle Santiago o San Francisco Javier, amontonándose en esta vía de casas bajas, estampa en riesgo de desaparición en la capital. El ritual parece ensayado, todos saben lo que tienen que hacer. Es una calma tensa la que se vive minutos antes. Los niños corretean y los padres les regañan, los decibelios van yendo a menos. Cuando sale, el barrio queda algo más vacío, pero un puñado de habitantes lo mantienen custodiado hasta que, ya en la noche, la Estrella vuelve tras sus pasos, dejando con el cierre de las puertas el regusto agridulce de la experiencia que ya es un recuerdo.
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