La conspiración de las mantillas

Semana Santa

La Reina Isabel II contribuyó enormemente a extender el empleo de este tocado alto y elegante

Mantillas durante la Semana Santa.
Ginés Valera

01 de abril 2023 - 06:00

El origen de la mantilla actual parecen remontarse a la cultura ibérica, en la que las mujeres utilizaban mantos y velos para abrigar, cubrir y a la vez adornar la cabeza. En la Edad Media, la mujer siguió usando en Al- Andalus tocados variados por influencia andalusí. Fue a comienzos del siglo XVII, cuando se iniciaría una evolución de la mantilla como complemento elegante más ornamental y decorativo en el atuendo femenino, al ser desplazados los paños más bastos y vulgares de las clases populares por finos y delicados encajes de blonda, hilo de seda, chantilly o tul con motivos florales, realzados sobre una lujosa peina o peineta que las damas cortesanas y de alta sociedad empezarían a lucir en el siglo XVIII.

Será en el siglo XIX cuando la mantilla adquiera su máxima relevancia como tocado distinguido de la mujer española. El Poeta José Martí alababa así a la mantilla andaluza a finales del siglo XIX:

¿Por qué no acaba todo, ora que puedes

amortajar mi cuerpo venturoso

con tu mantilla, pálida andaluza?

¡no me avergüenzo, no, de que me encuentren

clavado el corazón con tu peineta!

La Reina Isabel II, muy dada al uso de tocados y diademas, contribuyó enormemente a extender el empleo de este tocado alto y elegante entre la corte y la aristocracia (al igual que hoy lo han hecho las Reinas Sofía y Letizia). Cómo sería que durante el breve reinado de Amadeo de Saboya (1870-73) y su esposa María Victoria, se produciría la llamada “conspiración de las mantillas” que representó el rechazo de la mujer hispana a adoptar la moda intrusa y afrancesada de la nueva realeza de salir a la calle tocada con sombrero o pamela, algo extraño e insólito por estas tierras, siguiendo engalanándose con la clásica mantilla y peineta española.

Como consecuencia del estallido de la revolución de la Gloriosa en 1868 y de la consiguiente aprobación de la Constitución de 1869, Amadeo de Saboya, hijo de Victor Manuel II de Italia, llegó a Madrid en enero de 1871 para ser proclamado nuevo Rey de España. Su esposa María Victoria dal Pozzo della Cisterna, la futura Reina consorte, lo haría dos meses después, el día 17 de marzo. Días antes de la llegada de Amadeo, su principal valedor, el General Prim, sufrió un atentado mortal en su berlina en la calle del Turco. Pero el pueblo de Madrid y la Aristocracia les tributaron un recibimiento gélido y sin boato a la realeza recién llegada, con balcones cerrados y solitarios, pues aún había muchísimo respaldo popular a la Reina Isabel II depuesta por la revolución y a su hijo, el entonces Príncipe Alfonso, futuro Rey Alfonso XII.

Según cuentan las crónicas mundanas, el 19 de marzo, José Ossorio, Duque de Sesto, celebraba su onomástica en el Palacio de Alcañices situado en la calle Alcalá esquina con el Paseo del Prado (donde se levanta hoy el Banco de España). Toda la nobleza y alta sociedad madrileña acudía a felicitarlo y fue cuando su mujer, la Duquesa Sofía de Troubetzkoy, concertó con las distinguidas damas que allí se congregaron una confabulación para humillar a la nueva Reina impuesta: consistíría en salir en carruajes por el Paseo del Prado hasta la Fuente de la Castellana vistiendo de negro y luciendo la clásica peineta y mantilla española sujeta con alfileres de la Flor de Lis que es símbolo de los Borbones, para mostrar público rechazo a los nuevos Soberanos foráneos.

¿Y por qué precisamente estos complementos? En aquello años, el uso de la mantilla ya estaba decayendo en favor de otro tipo de tocados más de moda, como el sombrero. Pero en el último tercio del siglo XIX, las aristócratas recuperarían la españolidad de estas prendas y volvieron a usarlas en Semana Santa y actos de culto, bailes, bodas y corridas de toros.

La humillación culminó con el espectáculo ‘La Fuente Castellana o Mantillas y Peinetas’

Debido al mal tiempo en la tarde acordada en la conspiración, por el Paseo del Prado tan solo se pasearon en berlina la Duquesa Sofía de Troubetzkoy y las sobrinas de su marido Belén y Mercedes de Echagüe y Méndez de Vigo ataviadas con la teja y mantilla española. Pero al correr la voz por todo Madrid y mejorar el tiempo, las tardes siguientes acudieron muchísimos madrileños a presenciar el desfile en suntuosos carruajes de elegantes mantillas blancas y negras de encajes de blonda y chantilly en landós y berlinas, llegando incluso a preocupar al Gobernador Civil la muchedumbre por razones de seguridad y orden público. La nueva Reina estaba al principio desconcertada, incluso llegó a pensar que sería una costumbre muy castiza acudir con mantilla al Paseo del Prado al llegar la primavera y estuvo apunto de colocársela al día siguiente, hasta que le explicaron la ofensa y se sintió muy dolida por el rechazo del pueblo llano.

En apoyo de los nuevos Reyes, a sus Consejeros, conocidos como “la partida de la porra” se les ocurrió un plan para burlarse de las aristócratas que habían osado así desafiar a la Reina: alquilaron coches de caballos, montaron a mujeres de vida alegre, les colocaron mantilla y peineta y las pasearon junto a un actor que parodiaba al Duque de Sesto, caracterizado con sombrero de copa y enormes patillas. La humillación se culminó en el Teatro del Circo con un espectáculo cómico llamado “La Fuente Castellana o Mantillas y Peinetas”. Y así es cómo se apagó la “conspiración de las mantillas”.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último