Recuerdos de mi Almería en la distancia
El periodista almeriense afincado en Sevilla, Cristóbal Cervantes, no olvida a su Cofradía del Prendimiento
Desde Sevilla alzo la mirada hasta Almería. Mirada que me lleva a la noche de un día diferente en el almanaque de mi ciudad. A una noche que es emoción en estado puro, en la que pasamos del blanco de la paz al verde de la esperanza. Es noche de silencios y de aplausos, de música de bandas y de cornetas y tambores. Es también noche de bulla y recogimiento, de cafelito con leche en el Kiosko Amalia y de torrijas de la Dulce Alianza.
Y, de pronto aparece. Viene de mi plaza de la Catedral. La plaza donde yo jugaba en aquellos recreos del colegio Diocesano, no lejos de otra plaza donde empecé a jugar y a soñar con la radio. Aparece para mirarnos y para mirarle, para sentirnos y sentirle. Le veo sereno, aceptando lo que sabe está por llegar. Sabe que al final está la cruz, la muerte. Pero, como decía el poeta sevillano: "No podemos sólo cantar al Cristo del madero".
En el tiempo de escribir esto, cientos de niños estarán muriendo de hambre en el mundo, o de frío, de dolor, por el fanatismo, la intolerancia o la guerra. Duro camino para nuestro Cristo de Medinaceli. El mismo de esas familias que viven en extrema pobreza. No, no corren buenos vientos para los "nadie", los sin techo, los pobres de la tierra.
Una mujer como Teresa de Calcuta llegó a escribir un día: 'Tu, Señor, Tu eres el hambre que debe ser saciada el enfermo que debe ser curado,el abandonado que debe ser amado, el mendigo que debe ser socorrido, el insignificante que debe ser abrazado, el anciano que debe ser servido'. Cruzas la calle Cervantes. Llegas a la Plaza de la Administración Vieja, antigua San Fernando, donde estuvo mi querida Radio Juventud y por la calle Real te adentras en Almería. En esta Almería que quiere ser Jesusalén cada primavera.
Cuentan que un embajador inglés en esa ciudad recibió un comunicado del Foreigh Office, anunciándole un ascenso en su carrera diplomática: lo trasladaban a París, a lo que el embajador respondió diciendo que "ascender desde Jerusalén era imposible, puesto que Jerusalén es el punto más alto de la tierra": la eterna, la celeste, la de los mil nombres, la innombrable.
Vas descalzo, Cautivo. Solo vas a ser juzgado para que se consuma "el crimen y la gloria de los siglos". Jesús avanza por el Paseo, la Plaza de San Pedro, Lope de Vega y se adentra en el centro. Todo está dispuesto para una muerte por amor. El que veo en su mirada. Y es que "nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos".
Nuestro Señor de Medinaceli, con la mirada fija en el suelo, la boca entreabierta y sólo. Jesús se siente solo y desamparado. La teología cristiana lleva XXI Siglos intentando asumir y explicar este misterio: Dios hecho hombre. Y es este dolor de la soledad el que mejor nos ayuda a entender que sí, que es efectivamente cierto, que Dios está de nuestra parte para siempre.
"Jesús de Nazaret ha muerto en la tarde del Viernes Santo". Es la gran noticia de portada. Los informativos de la radio y todos los telediarios abren sus espacios con este titular. 'Jesús ha muerto crucificado". Los médicos, en sus declaraciones, dirán que de parada cardio-respiratoria. Hasta ofrecen el testimonio del Centurión:"Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios".
Fallece el sol. Se entierra la alegría, la luz se oculta en el ocaso pero llegará un nuevo día. Pero yo quiero quedarme con tu victoria y no con tu derrota. El triunfo de la cruz sobre la guadaña. Quiero quedarme con la luz de la Resurrección y no con las tinieblas de la muerte.
Quiero saberte vivo y entre nosotros. Te hemos visto doblando la esquina de la angustia de Getsemaní, tu Prendimiento, las burlas y el dolor de la flagelación, el interminable camino al calvario. Tu muerte en la oruz. Terminó tu sed, tu soledad, tu abandono.
Estás vivo y estás aquí. Has muerto y has resucitado. El luto de lirios morados dejan sitio a claveles blancos.
Pero Jesús, antes de morir, no puede olvidarse de su Madre. Sabe que las viudas sin hijos eran rechazadas por la sociedad de su tiempo. Para los judíos, una mujer que quedaba sola era signo de maldición. Por eso, en la Cruz, mirando a Juan nos confía a María, su Madre.
Y ahí la presiento. Bajo Palio, mi Virgen de la Merced. Hermosa como una Madre. En el paso como una Reina. Pero Tu, Señora, eres punto y aparte. Y, ahora, he de poner el punto final a este Miércoles Santo que viví ayer desde la lejanía de la ciudad hispalense en la que me encuentro. Pero que sepan mis hermano, que aun estando a 500 kilómeteos, siempre estaré con ellos y, sobre todo, con sus sagrados titulares del Prendimiento, Cautivo y Merced
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