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Cáncer
Cuando pensamos en los efectos secundarios de los tratamientos invasivos contra el cáncer, se nos vienen a la cabeza algunos como la pérdida de cabello, las naúseas o vómitos, mareos, falta de apetito o cansancio. Sin embargo, existen otros, ligados a tratamientos experimentales o menos convencionales, que desarrollan efectos menos comunes y que aportan nuevas herramientas y conocimientos a la ciencia y la investigación.
Un ejemplo de esto es la terapia fotodinámica, un procedimiento poco invasivo en uso desde los años 70 y que consiste, en esencia, en la inserción de una sustancia reactiva a la luz en el interior de las células cancerígenas y en la posterior activación de esa reacción química aplicando luz. Esta línea de tratamiento es particularmente aplicable sobre cáncer de piel y tumores superficiales muy accesibles.
Pero, ¿cómo se ha descubierto esta información? Científicos hicieron una simulación molecular para probar las ''quejas'' de algunos pacientes que alegaban que tras recibir la terapia fotodinámica podían ver siluetas en la oscuridad.
Aunque no recibimos mucha luz visible por la noche, este mecanismo también puede activarse con otra combinación de luz y química. Este mismo grupo de científicos ha logrado entender el mecanismo por el que esto ocurría, tal y como explican en un artículo publicado originalmente en el medio especializado Journal of Physical Chemistry Letters.
Según explican, la clave está en la interacción entre una sustancia fotosensible y análoga de la clorofila (que permite a las plantas aprovechar la energía de la luz del sol) llamada clorina e6, empleada en esta forma de terapia, y la rodopsina, una proteína sensible a la luz presente en nuestra retina.
''Cuando recibe la luz, el retinal cambia su estructura química y se disocia de la proteína, permitiendo que se traslade la señal de la luz, y particularmente en la noche, la radiación predominante de la luz no está en el dominio visible sino en las ondas superiores (el nivel del infrarrojo), donde el retinal no es sensible'', explica el autor del estudio, Antonio Monari.
Como se explica en el artículo, la luz visible hace que la retina se separe de la rodopsina, que se convierte en la señal eléctrica que nuestro cerebro interpreta para ver. Dicha simulación se llevó a cabo durante varios meses antes de poder modelar con precisión la reacción química causada por la radiación infrarroja, algo que en la vida real se produciría en nanosegundos.
Gracias a este hallazgo, se ha conseguido dilucidar mediante simulación molecular cómo la rodopsina y su grupo retinal activo interactuaban con la clorina. Este proceso se conoce como isomerización, y consiste en la reagrupación de una molécula y, particularmente en este caso, permite explicar ''el aumento en la acuidad visual nocturna'', según explica Monari.
En sus efectos prácticos y positivos para el futuro los investigadores apuntan que podría aprovecharse para ayudar a tratar ciertos tipos de ceguera o de hipersensibilidad a la luz. Asimismo, podría evitarse y mejorar la técnica para los próximos pacientes que reciban este tratamientos y consideren este efecto incómodo.
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