Análisis
Santiago Carbó
Algunas reflexiones sobre las graves consecuencias de la DANA
Investigación y Tecnología
"Empiezo a sentirme inquieto, como si algo estuviera mal, pero no sé exactamente qué es. Sin explicación alguna, mi mente empieza a llenarse de pensamientos intrusivos y acelerados, preocupaciones, y me siento abrumado. Mi corazón comienza a latir más rápido, y noto una ligera incomodidad en el pecho. No puedo concentrarme en una sola cosa, mis pensamientos van de un lado a otro. Mi respiración se vuelve más superficial, y me doy cuenta de que estoy respirando más rápido. Mi pecho se siente apretado, como si no pudiera tomar aire suficiente, lo que me pone más nervioso. Siento una opresión en el estómago, una sensación de vacío o mariposas, pero no en el buen sentido. Mis manos empiezan a temblar ligeramente y sudo, aunque no haga calor".
Así empieza un ataque de ansiedad. Esta es una situación ficticia pero basada en una recreación real de ese estado de agitación mental difícil de controlar y que, según calcula la OMS, afecta a un 4% de la población mundial. En 2019, unas 300 millones de personas en el mundo tuvieron un trastorno de ansiedad, convirtiéndose en uno de los más comunes de todos los trastornos mentales.
A medida que la ansiedad avanza, la persona va teniendo pensamientos cada vez más catastróficos hasta el punto de plantearse que si algo malo pasara, perdería el control. El estado de agitación aumenta y empieza a tener miedo de su propio cuerpo y de los síntomas que está sintiendo, los cuales no reconoce. Poco a poco el corazón sigue acelerándose y siente los latidos con más y más fuerza aumentando la sensación de pánico.
El aire entra y sale de los pulmones rápido, pero aun así la persona siente que no está respirando bien, se siente fuera de control y paralizado por el miedo. "Mis manos y pies pueden estar entumecidos o con un cosquilleo incómodo. Siento una necesidad urgente de escapar de donde estoy, aunque no haya ningún peligro real. Mi mente sigue pensando lo peor: "¿Y si esto no para?". Estoy atrapado en una espiral de miedo".
Cuando la ansiedad llega a su punto más alto, de repente es como si el mundo se parara y la persona empieza a tomar conciencia de lo que está sucediendo en su interior. Empieza a darse cuenta de que está hiperventilando y trata de concentrarse en la respiración la cual está tan acelerada que aún le cuesta controlarla. Sin embargo, ya las hace más profundas, intentando llenar los pulmones lentamente de aire.
A medida que trata de alargar las exhalaciones, siente que poco a poco la respiración se vuelve más estable. Todavía está nerviosa, pero el cuerpo comienza a responder. El ritmo del corazón empieza a disminuir, aunque sigue latiendo rápido, pero ya no se siente fuera de control. El cosquilleo en las manos y pies empieza a desaparecer. Sigue enfocándose en la respiración: inhala despacio por la nariz y exhala aún más despacio por la boca.
Empieza a notar una leve sensación de alivio en el pecho, que ya no está tan apretado, los músculos comienzan a relajarse poco a poco, los hombros bajan y el nudo en el estómago se suelta un poco.
Los pensamientos ya no van tan rápido y la ansiedad no es tan abrumadora, poco a poco la respiración vuelve a ser normal y el sudor de las manos empieza a secarse. El cuerpo se siente más ligero, como si la tensión que lo había invadido se estuviera yendo poco a poco. La mente ya no está en esa espiral de pensamientos caóticos, por lo que ya se puede pensar con más claridad y aunque se siente algo de cansancio físico y emocional, también algo más tranquilo.
La crisis ha pasado, pero no se sabe cuándo volverá a repetirse. El cuerpo está agotado, como si hubiera corrido una maratón, pero también más calmado y con mayor control de sí mismo. La persona siente una mezcla de alivio y agotamiento, pero sobre todo de satisfacción porque ya ha pasado lo peor.
Hay muchos factores desencadenantes en un ataque de ansiedad, por lo que prevenirla no es tarea sencilla porque salta en cualquier momento y en cualquier lugar y una vez que empieza, no se puede parar. Lo que sí pueden asegurar los profesionales de la psicología es que llevar unos hábitos de vida saludables nos va a ayudar a reducir los síntomas. El problema de la ansiedad es que las primeras veces no sabe cómo actuar y mientras más queremos controlarla, más se escapa a nuestro control.
De esta forma, nos va a ayudar que estemos descansados y llevemos una buena rutina de sueño y descanso, además de practicar ejercicio físico con el que liberar las endorfinas que son las hormonas de la felicidad. También es importante aprender a hacer técnicas de respiración que nos ayuden en los momentos complicados y rodearnos de personas adecuadas tanto para que nos den apoyo como de otras que nos alejen de ese estado ya que hay personas, generalmente de nuestro entorno, que pueden causarnos estrés.
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