Manola Baraza: la mujer tras el éxito de la Terraza Carmona (I)
Veratenses | Gentes de la ciudad
Con 19 años se casó con Antonio Carmona y ha pasado su vida entre los fogones del famoso restaurante
Su historia es un ejemplo de superación y esfuerzo
En agosto de 1945 nacía Manola Baraza en la avenida Batallón de Cádiz — hoy calle Ancha— . Tan solo dos años después, Ginés Carmona solicitaba al Ayuntamiento de Vera la instalación de una terraza cinematográfica en unos terrenos junto a la ermita de la Virgen de las Angustias. Así surgía lo que hoy es la Terraza Carmona. Ella aún no lo sabía, pero aquella iba a ser su casa un tiempo después; y la de sus hijos y nietos hasta el día de hoy.
Manola era la segunda de cinco hermanas. Su padre, José, era uno de los propietarios de Autocares Baraza, junto a su hermano Antonio. Manuela, su madre, dedicó su vida al cuidado de sus hijas y del hogar. Con cuatro o cinco años empezó a estudiar con las Hijas de la Caridad. “Mi niñez fue en el colegio de San Agustín, clase La Milagrosa. Aún me acuerdo. Estuve primero con sor María y luego con sor Rufina y sor Consuelo”, cuenta Manola. Allí estuvo hasta los 14 años.
A Antonio Carmona, el que sería su marido, lo conocía del pueblo, desde chiquillos. “Tampoco es que lo conociese demasiado, porque él estudiaba en Orihuela y era seis años mayor que yo”, recuerda. Manola tenía 19 años cuando el día de su boda. “Era hijo único y su madre quería que se casase para no quedarse solo. Además, para mi padre, Antonio era como el hijo varón que nunca tuvo”.
A pesar de que la mayor parte de su vida la ha pasado dentro de la cocina de Terraza Carmona, cuando se casó Manola no sabía ni freír un huevo. “Me tuve que pegar a mi suegra, Beatriz. Me enseñó todo lo que necesitaba”, confiesa. Antonio Carmona había quedado huérfano de padre con solo 16 años y se había tenido que hacer cargo de la Terraza. Desde el primer momento, ella se puso a trabajar junto a él y su suegra. Pero siempre en la cocina, jamás de cara al público.
Aunque al principio el peso de la cocina recaía en su suegra, Manola tuvo que ponerse al frente cuando Beatriz quedó ciega. “Tuve que inventármelas para hacer lo que ella hacía: de un boquerón sacaba tres, y los tres tenían cola”. Y no le fue nada mal. “Siempre me ha gustado la cocina, y como lo hacía con mucha ilusión y cariño, pues me fue bien”, dice rememorando aquellos primeros años en la Terraza Carmona.
Por entonces, varios niños daban ya sus primeros pasos entre los barriles de cerveza, botellas de vino y platos de ajo colorao o guiso de gurullos. En solo cinco años Manola tuvo cuatro hijos: Ginés, José, Antonio y Beatriz. “Mi marido quería tener una familia grande. Él había sido hijo único y recordaba su infancia como algo muy triste por no tener hermanos”, explica. Más tarde llegarían otros tres más: Manola, Javier y Alejandro. “Y Antonio se quedó con la pena de no haber tenido también unos mellizos”, bromea.
A Ginés, el mayor, lo tuvo con 20 años. “Nació el día de San Ginés, por lo que las monjas que había con el ginecólogo me preguntaron si había elegido el nombre por eso”, recuerda. Pero no. Ese nombre era por su suegro. “A Ginés, de pequeño, no le gustaba nada eso de que coincidieran el santo y el cumpleaños porque decía que pillaba menos regalos. Al final le tenía que dar dos”.
Todos los nombres de sus siete hijos fueron puestos por un motivo. Aunque el más llamativo es el del menor de todos. “Ginés fue por mi suegro; José, por mi padre; Antonio como mi marido; la cuarta, Beatriz, se llamó así por mi suegra; la quinta, Manuela como yo; el sexto Francisco Javier, porque era el santo del día en el que me casé; pero el último lo echamos a votación entre todos los hermanos y quedó como Alejandro José Ignacio de Loyola. Como si fuera de la realeza”, dice entre risas. Hay 20 años de diferencia entre el mayor y el más pequeño. Hoy, todos ellos son una parte fundamental de Terraza Carmona, cada uno desde un área diferente.
Se criaron entre el bar y aquella casa con un huerto de naranjos y una balsa seca ubicada en el lugar que hoy ocupa la carpa de celebraciones del restaurante. Un hogar que también hacía las veces de camerino cuando venían artistas a actuar en las verbenas que organizaba su marido en la terraza del cine. Por su casa ha pasado gente como el Dúo Dinámico, Luis Aguilé, Jorge Sepúlveda, María Jiménez o Betty Missiego. “Yo he visto a Antonio Machín cortar jamón en la cocina de mi casa; y a Karina le hicieron una entrevista en el tresillo de mi salón que tenía un agujero que le hicieron mis hijos para meter un vaso, porque eran muy malos, y ella cogió y metió ahí la bebida que llevaba”, recuerda Manola. Una vez que coincidieron con Los 3 sudamericanos en Madrid les confesaron que lo que recordaban de su actuación en Vera era aquella habitación en la que se tuvieron que cambiar en la que había tres cunas de bebés.
La de Manola Baraza ha sido una vida de esfuerzo y dedicación. Tuvo que cuidar de sus siete hijos a la vez que trabajaba entre fogones, sartenes y ollas en la cocina de la Terraza Carmona. Para colmo, a la ceguera ya mencionada de su suegra se unió la enfermedad de su madre, de la que tuvo que hacerse cargo: sufría alzhéimer. “Tenía cunas y cestos por todos lados en el restaurante. Y como entonces no existían los pañales como los de ahora, por las noches tenía que dedicarme a lavarlos y hacer todo”, recuerda. Pero, sin embargo, para ella no suponía un sacrificio: “me gustaban la cocina y los chiquillos, así que lo hacía con gusto”. Siempre ha sido una mujer fuerte.
La vida le dio un duro golpe en 2013, con la muerte de su marido Antonio Carmona tras una larga enfermedad. “Durante 20 años fui sus manos, sus pies y sus palabras. A veces íbamos a reuniones donde tenía que hablar y él no podía; entonces yo le decía, no te preocupes, tú pones el sentimiento y yo las palabras. Sabía leer sus ojos”, recuerda Manola. Cinco años después, en 2018, fallecía uno de sus hijos, José. “Mi vida ha sido sufrir, sufrir y sufrir. Pero bueno, el Señor me dio capacidad para aguantarlo. Lo llevo bien. Lo que llevo peor es la pena”, confiesa.
Su marido lo fue todo para ella. Sus ojos aún brillan cuando lo recuerda. Habla de él con auténtica devoción. Y aunque la mascarilla no nos lo deja ver, se intuye una sonrisa en su boca. “Antonio era una persona muy especial. No había nada que no fuese capaz de lograr. Tenía don de gentes”, cuenta. ¿Cuál de sus siete hijos es el más parecido a su marido? “Tendría que juntar tres o cuatro de ellos para que fueran como su padre; siempre se lo digo”, bromea. Cada uno tiene algo de él, pero la personalidad de Antonio es inigualable. No obstante, reconoce que cuando ve una foto de su marido y de su hijo José, los ojos se le van hacia este último: “es que, por mucho que quieras a un marido, un hijo es un trozo de ti; y se le digo a Antonio, perdóname, pero lo tienes que entender”.
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