Las evacuaciones de sangre en el tratamiento de la viruela

Higiene pública y privada. La descripción geográfica que dejó hecha de la población de Dalías es una bella pintura de ella que debe halagar al naturalista y seduce al viajero

Las evacuaciones de sangre en el tratamiento de la viruela
Pedro Ponce

29 de julio 2018 - 02:34

Rodríguez Carreño, Manuel: Topografía Médica y Estadística de la villa de Dalías. Almería, 1859.

(Transcripción: Pedro Ponce Molina)

NO me creo dispensado antes de cerrar el artículo sobre los tratamientos curativos más usados, de decir algo sobre el de la viruela, para refutar un error trascendental que pudiera extraviar la opinión de estos vecinos con notable perjuicio de su salud. Hablo de la inconveniencia y peligros que gratuitamente se quieren achacar a las evacuaciones de sangre en la curación de dicha dolencia, absurdo que está en contradicción con la experiencia de los médicos más eminentes y que sólo ha podido engendrarlo la prevención o la ignorancia. Las evacuaciones sanguíneas practicadas con el criterio que deben hacerla los facultativos reflexivos no agravan nunca la enfermedad como no sea en la forma adinámica que por fortuna es rarísima aquí o en los sujetos muy débiles. Por el contrario, moderan el ímpetu de la fiebre, se oponen a las congestiones tan comunes en el período de invasión, evitan o rebajan las flegmasias locales y en una mayoría respetable abortan, por decirlo así el padecimiento, o cambian en otras más benignas y francas sus perniciosas cualidades.

Esto lo atestigua la observación diaria y ojalá que dicho medio de curación tan racional y acomodado a la índole de la dolencia, a las condiciones del terreno y a la estación presente, hubiera tenido efecto con menos escrúpulos, y entonces el número de los que llevarán siempre la desagradable huella de la viruela, de esta implacable enemiga de la belleza original, de la especie humana y el de los fallecidos sería incomparablemente menor. La epidemia reinante que hoy camina en rápido descenso y cuya terminación no se hará esperar; pudiera sin embargo preparar mayores fuerzas y desenvolver sus gérmenes todavía mal extinguidos, volviendo a sumir la población en el peligro que hace poco la afligiera. Que no olviden pues los enfermos estas indicaciones que son el fruto del raciocinio y de la sana práctica; y tengan entendido que la curación de los males epidémicos se oculta siempre al través de las más densas tinieblas, y felices de ellos y del médico si la antorcha de la observación les descubre un punto luminoso entre las sombras de su incierta y oscura terapéutica.

La descripción geográfica que dejó hecha de la población de Dalías es una bella pintura de ella que debe halagar al naturalista y seduce al viajero. Amenidad, profusión, variedad, todo resalta en esta afortunada comarca donde parece que la naturaleza ha puesto un esmero solícito en hacerla útil y agradable. Pero el médico higienista que no se contenta con exteriores perspectivas por halagadoras que sean, sino que tiene que descender al estudio minucioso de las cosas que pueden dañar al hombre y comprometer su salud, siente un desconsuelo tristísimo al atravesar sus desaseadas calles, penetrar en sus estrechas casas e imponerse de ciertos hábitos, porque todo le patentiza el olvido de la higiene y el peligro que corren por ello sus descuidados habitantes. Yo no quisiera tocar esta materia que me proporcionará la crítica entre las personas que viven aferradas a las rancias preocupaciones Y para quienes nada valen las lecciones de la experiencia y el consejo de los que saben. Pero es un deber sagrado de todos los médicos el ilustrar al público sobre los puntos que más se refieren a su conservación y salud, dándole a conocer los obstáculos que su falta de previsión unas veces y el egoísmo otras, le oponen constantemente para que alcance dichos bienes, y fuerza es entrar en tan enojosa tarea a la cual ya me ha traído la ilación de esta obra.

Dalías encierra en su recinto mil gérmenes a propósito para el desarrollo de las enfermedades endémicas y para sostener y propagar las contagiosas y epidémicas. La poca limpieza de las calles e interior de las casas, lo reducido de éstas para las personas que han de habitarlas, la mala construcción y poca capacidad de los edificios públicos, la retención de los estiércoles y considerable número de animales domésticos dentro de las casas, siempre han sido en todos los pueblos los enemigos declarados de la salud y el llamativo de las pestilencias, circunstancias desfavorables en que se encuentra esta villa para disfrutar del grado de salubridad que debe y que sin gran trabajo pudiera conseguir. Triste es saber lo que acontece en diferentes barrios de la población en donde una familia dilatada y un número crecido de animales viven en estrechas y húmedas habitaciones sin luz ni ventilación y respirando siempre una atmósfera viciada. Pues dése en una de estas casas un solo caso del tifo o de otra enfermedad contagiosa y será inevitable su propagación a los moradores de ella y a los vecinos inmediatos, dando lugar a los desagradables sucesos del año de 1850 y 58 en que la calentura tifoidea difundió su dominio por todo el pueblo a pesar de haberse presentado aisladamente en solo una persona. Esta clase de dolencias como todos saben necesita para su transmisión el contacto mediato o inmediato, sin el cual no pueden desarrollarse fuera de los casos espontáneos y de infección. Pues bien, una curiosidad molesta para el enfermo y peligrosa para los sanos acerca a esta multitud de personas que obrando con prudencia se librarían del mal y por este indiscreto paso adquieren el contagio que llevan a sus familias, o bien por medio del uso de los vestidos del enfermo que un sórdido interés o una caridad mal entendida ponen en sus manos y aceptan sin recelo. De aquí el que la psora, otras enfermedades y tal vez la tisis no se extingan nunca en Dalías.

También el régimen de alimentos contribuye poderosamente al desenvolvimiento de ciertos males o los determina por sí solo. Los pueblos que hacen uso de pescados exclusivamente o con mucha constancia, son en los que más se observan las enfermedades de la piel que a la larga llegan a hacerse permanentes y constituyen un repugnante legado hereditario. Esta alimentación favorece además el temperamento linfático protector de la escrófula y engendra la predisposición y desarrollo de la lombriz, que todavía encuentra más acogida, lo mismo que la anemia y la clorosis, en el inmoderado uso de los harinosos y especialmente del panizo. El abuso de las frutas (sobre todo las no maduras) y el de las legumbres y hortalizas da lugar a las indisposiciones de estómago y a las fiebres gástricas, enfermedad dominante en el país que a veces toma un carácter grave; y los excitantes y salados como el café, el picante, bacalao, arenque, etc., producen sobre irritaciones, dolores de vientre y disenterías que no menos se presentan con frecuencia. También el uso del tabaco tan arraigado en los niños causa en éstos salivaciones y anginas, inapetencia y toses pertinaces.

La costumbre de mojarse los pies en agua fría y el desabrigo de éstos ocasiona muchas veces accidentes cerebrales; oftalmías rebeldes, anginas y pulmonías, y es una de las causas más directas que en las jóvenes producen la clorosis, padecimiento que se observa constantemente en casi todas y en muchas mujeres casadas. También los baños intempestivos, el dormir o habitar en sitios húmedos y la confianza en las transiciones atmosféricas por más ligeras que sean en el país, motivan enfermedades diversas que nada más fácil sería el evitarlas.

Por último las ideas que engendra el fanatismo, las creencias supersticiosas y todo ese tropel de cuentos ridículos que inventara el charlatanismo y la astucia para embaucar a las almas sencillas y medrar a su sombra, son móviles eficaces para dar suelta a los extravíos de la razón, a las enfermedades nerviosas y accidentes epilépticos, a cuyos males tienen una marcada propensión los habitantes de este pueblo por su constitución nerviosa y la impresionabilidad de su fibra.

Véase pues si he tenido razón para decir que Dalías mirada por fuera es un panorama encantador y un desengaño amargo al revisarla en su interior, comparable a esas flores que en sus hermosos pétalos esconden un veneno sutil. Y puesto que esto es así y todos sus habitantes deben tener un interés muy vivo en conservar el precioso don de su salud, una vez que le quedan advertidas las más de las causas que conspiran a arrebatárselo, evítenlas en lo posible y completen la obra de su regeneración física con la práctica de las medidas que voy a proponer.

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