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El Paseo de la Muralla nació extramuros de la muralla cristiana, que bajaba de la Puerta Purchena hacia el mar. Allí se plantó una alameda y los almerienses iban a pasear en los días soleados de invierno y en verano a descansar a la sombra de los álamos. Esta alameda fue el primer parque público de Almería. En 1816 empezó a tomar forma el Paseo, levantándose el Teatro Principal, que no fue inaugurado hasta el 30 de agosto de 1829 por el Gobernador Civil José Gavarre, en el solar donde actualmente está el Edificio Banesto. Este edificio impresionante, es obra del arquitecto Cuartara Cassinello, construido en 1906; durante muchos años fue conocido como Casa de los Rodríguez, que era el apellido del propietario. En el siglo XIX la muralla suponía un grave problema para la expansión de la ciudad. En 1848 Eugenio Sartorius, siendo Gobernador Civil de Almería, consiguió del Gobierno permiso para derribar las murallas; pero Sartorius se lo tomó con calma; tanto que 6 años después el Gobierno le dio un toque, para que empezase el derribo y en 1856 la muralla había desaparecido, en el tramo que iba desde la calle Antonio Vico hasta el baluarte que había a la altura del convento de los dominicos.
Volviendo al Paseo, en 1836 al incipiente paseo alineado con la Casa de los Rodríguez, el Ayuntamiento lo bautizó con el nombre de Paseo de María Cristina (Reina consorte esposa de Fernando VII) Sobre 1860 se levantó otro edificio en el Paseo haciendo esquina con la calle Aguilar de Campoo (La que da entrada al Mercado) donde actualmente está el comercio Sfera. En su planta baja se instaló el Café Universal, en el que, por cierto, se dio a conocer por primera vez el “Fandanguillo de Almería” de nuestro paisano Gaspar Vivas. En la década de los años 20 del pasado siglo se transformó en un café-cantante con el nombre de “El Lyón d’Ors. El nombre de Aguilar de Campoo no se dedicó al pueblo palentino, famoso por la industria de las galletas, sino que alude al Marqués de Campoo que tras la gran riada de 1891 que inundó nuestra ciudad, fue nombrado Comisario Real encargado de administrar el dinero recaudado, para paliar los daños causados. Gracias a su buena gestión se encauzaron y desviaron las ramblas.
A partir de 1856 el Paseo empezó a tomar la alineación actual. Se planteó un amplio trazado con un andén elevado en el centro y dos calzadas laterales; en él poco a poco se fueron instalando los locales más importantes, como fueron los cafés. Al principio del Paseo en 1873 y en el andén central se abrió el Café Suizo, aunque poco después se trasladó a donde actualmente está Calzados Plaza-Suizos (Francisco y Pedro dueños de la tienda y recuerdo del café).
El café más antiguo que yo he conocido, fue el Café Español, situado en el Paseo alto haciendo esquina con la calle Castelar. Anteriormente se había llamado Café Méndez Núñez. Fue el café de los negocios y de los tratos, donde un velador, dos sillas y un par de cafés movían más dinero que cualquier sucursal bancaria. El Café Colón lo dejamos para otro día.
Todas las calles que llegaban al paseo se mantuvieron y se abrieron otras nuevas aprovechando la huerta del convento de San Francisco. En 1867 se encendió el “alumbrado de hidrógeno” y en 1882 Juan Lirola puso las aceras de portland. En 1892 el alcalde Francisco Jover quitó el andén central e instaló el alumbrado eléctrico. Ya a principios del siglo XX, concretamente en 1911 el alcalde Braulio Moreno hizo las aceras y pavimentó la calzada.
En 1857 al nacer el Príncipe de Asturias (Alfonso XII) los almerienses lo bautizaron como Paseo del Príncipe de Asturias. Con la Gloriosa se llamó Paseo de Cádiz. En la Primera República lo llamaron Paseo de Orozco, aunque a los pocos meses lo llamaron “Paseo del 30 de julio de 1873” recordando el bombardeo de los cantonales a Almería. Tras la Restauración se le volvió a llamar Paseo del Príncipe Alfonso. En 1931 se le llamó Avenida de la República y al acabar la guerra civil Avenida del Generalísimo. Por fin al llegar la democracia se le ha llamado Paseo de Almería. Esperemos que sea el nombre definitivo. Un tío político mío que fue Procurador en Cortes y alcalde, siempre decía: “Cuando me muera no le pongáis mi nombre a ninguna calle…porque luego vienen los otros y lo quitan”
Porque siempre habrá “los otros”
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