Javier Soriano Trujillo

Fin de la utopía comunista

La tribuna

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Fin de la utopía comunista

13 de julio 2024 - 03:10

En 1958, el poeta y miembro del Partido Comunista cubano Nicolás Guillén publicó su obra “la paloma de vuelo popular”, entre sus poemas el titulado “La Muralla”, al que la banda chilena Quilapayún le puso música y la incluyó en su álbum “Basta”, editado en 1969. Nuestros artistas Ana Belén y Víctor Manuel, la hicieron suya en 1983. Tanto Quilapayún como A. Belen y V. Manuel viralizaron este poema de N. Guillén en una época de convulsión política en plena guerra fría entre los dos bloques antagonistas liderados por Estados Unidos (democracias occidentales) y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas – URSS (comunistas). Ni qué decir tiene que esta canción, con distintas versiones, se llegó a convertir en icono de los movimientos revolucionarios de extrema izquierda.

Si el poema se escribió en 1958, tres (3) años después los soviéticos levantaron en Berlín una muralla de verdad, la conocida por el “Muro de Berlín”, esa gran muralla que constituyó la frontera entre la RDA y el enclave de Berlín Oeste desde el 13 de agosto de 1961 hasta el 9 de noviembre de 1989. El Bloque comunista del Este justificó la construcción de la muralla para proteger a su población de elementos fascistas que conspiraban para impedir la voluntad popular de construir un Estado socialista en la Alemania del Este. El “Muro de Berlín” fue la mayor expresión de la Guerra Fría, imagen de la división de Europa y el mundo en dos bloques.

La noche del 9 de noviembre de 1989, hace casi 35 años de ello, caía este Muro, simbolizando el fin del orden mundial bipolar. Solamente los sistemas de alianza occidentales, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la Comunidad Económica Europea (CEE), quedaron como verdaderos “pilares de estabilidad” dentro de los cambios políticos y sociales que se dieron en Europa, y también más allá de sus fronteras.

El “vacío de poder” que se creó en la Europa central y oriental con el derrumbamiento de la URSS y la caída del comunismo, hizo que la entonces CEE se erigiera como una organización que garantizaba estabilidad en medio de una Europa convulsa. De hecho, las nuevas democracias surgidas de la caída del comunismo se precipitaron a iniciar negociaciones para la adhesión a la CEE. En 1989 se convocó una Conferencia Intergubernamental (CIG) para tratar la adopción definitiva de la Unión Monetaria y Económica Europea y en 1990, se convocó otra CIG para estudiar la constitución de una Unión política Europea. En este proceso de constitución de un orden duradero de estabilidad y cooperación en Europa, la unión de Alemania y la recuperación de su soberanía el 15 de marzo de 1991, significó un importante avance.

Tras casi tres años de debates, el Consejo Europeo celebrado en Maastricht en diciembre de 1991 aprobó el Tratado de la Unión Europea, popularmente conocido como “Tratado de Maastricht”, que entró en vigor en febrero de 1992; este Tratado se concibió sobre tres grandes pilares, el económico, el de la política exterior y de seguridad común, y el de justicia e interior, que permite dotar a la Unión Europea de órganos de gobierno para en un futuro pueda desembocar en los Estados Unidos de Europa, aunque por la situación actual parezca un objetivo cada vez más difícil de alcanzar.

Pero a pesar de que en 1989 cayeron los regímenes políticos y económicos de los que se había venido en llamar como “socialismo real” o “socialismo realmente existente”, el fracasado concepto de planificación económica de tipo soviético implantado en el Bloque del Este, otras potencias como China, aceleraron los cambios económicos para salvar sus regímenes comunistas, pretendiendo mantener oficialmente las ideas y principios de la “utopía socialista”.

Pues bien, cuando la canción “La Muralla” ya dejó de escucharse, cuando del “Muro de Berlín” ya pocos se acuerdan, vuelve en Europa la cantinela de levantar muros, aunque sean virtuales y le llamemos “cordones sanitarios”. Unos muros que pretenden levantar, entre otros, los comunistas e independentistas, resultando paradójico que aquellos que siguen creyendo en la fracasada “utopía socialista” de los caídos regímenes comunistas del Este de Europa, sean los principales valedores. La democracia no es perfecta, pero es el sistema que nos hemos dado que mejor protege y garantiza nuestros derechos fundamentales. La caída del Muro fue el fin de la utopía comunista, como también lo fue del fascismo su derrota en la Segunda Guerra Mundial. Olvidémonos de los extremos y centrémonos.

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