
La tribuna
José María Martínez de Haro
Una afirmación temeraria
La tribuna
En los pasillos del poder de Washington, Pekín y Moscú, se libra una batalla estratégica que podría determinar el liderazgo tecnológico y militar de las próximas décadas. Se trata de la carrera por el control de las llamadas “tierras raras”, esos 17 elementos químicos que han pasado de ser una curiosidad científica para convertirse en el recurso más codiciado del siglo XXI. La paradoja de su nombre es que no son escasas, pero sí extremadamente difíciles de extraer y procesar, escondiendo una realidad geopolítica actual explosiva: quien domine su cadena de suministro tendrá las llaves de la cuarta revolución industrial. China comprendió antes que nadie el valor estratégico de estos minerales. Por ello hoy controla el 60% de la producción mundial y un asombroso 85% de la capacidad de refinado, posición que no ha dudado en utilizar como arma geopolítica. En 2010 restringió drásticamente las exportaciones a Japón durante una disputa territorial por las islas Senkaku/Diaoyu, paralizando la industria tecnológica nipona y en 2023 impuso controles a la exportación de galio y germanio a Occidente como aviso. Esta situación ha llevado a Estados Unidos, que ha abandonado a Europa a su suerte, a una carrera frenética por diversificar sus fuentes de suministro. La Unión Europea, por su parte, ha firmado acuerdos con Canadá y Australia, pero el tiempo corre a favor de Pekín.
Es en este contexto donde la guerra en Ucrania adquiere una dimensión inesperada. El país eslavo, más conocido por sus vastos campos de trigo que por sus recursos minerales, alberga algunas de las reservas de tierra raras en Europa, en su mayoría en las regiones del Donbás, precisamente las que han sido objeto de intensos ataques del Gobierno ucraniano desde 2014 por ser mayoritariamente rusófonas y que hoy Rusia se ha anexionado prácticamente en su totalidad. Por otro lado, Rusia, que ya posee sus propias reservas considerables de tierras raras - particularmente en la península de Kola y en Siberia - vería reforzada enormemente su posición en el mercado global si consolida el control sobre los recursos de las recientes regiones incorporadas a la Federación Rusa (República Popular de Donetsk, República Popular de Lugansk, y los óblast de Zaporiyia y Jersón). Para un país como Rusia, un gigante de la exportación de materias primas, añadir tierras raras a su cartera de recursos energéticos tradicionales (petróleo y gas) representaría un salto cualitativo en su peso geoeconómico. Esta situación ha creado un fascinante juego de equilibrios. Recientes filtraciones sugieren que la administración Trump, en su etapa final, exploró acuerdos comerciales con Rusia sobre tierras raras, buscando aprovechar las tensiones entre Moscú y Pekín. Hoy, el expresidente ha vuelto a poner el tema sobre la mesa, exigiendo un acuerdo con Ucrania de estos minerales, al tiempo que mantiene abiertos canales con el Kremlin. El gobierno ucraniano, consciente del valor estratégico de sus recursos y la necesidad de financiación de su guerra, ha acelerado los esfuerzos para desarrollar su sector minero en las zonas que aún controla. Sin embargo, gran parte de la infraestructura minera está dañada por la guerra, y el know-how tecnológico sigue estando muy por detrás de los estándares chinos. Además, la corrupción endémica, la inestabilidad jurídica y un futuro más que incierto siguen siendo importantes barreras para la inversión extranjera.
¿Dónde está Europa en todo esto? La Unión Europea enfrenta un dilema estratégico en la batalla global por las tierras raras, minerales esenciales para su transición verde, industria tecnológica y defensa. A pesar de ser un líder en innovación ecológica, la UE depende en un 98% de China para estos recursos críticos, una vulnerabilidad que amenaza su autonomía económica y seguridad. Sin embargo, la respuesta europea ha sido lenta, dispar entre los países que la forman y marcada por un seguidismo a EE.UU., que prioriza sus propios intereses con el enfrentamiento con Pekín, en contra de los intereses de Europa. Ahí está la paralización de los yacimientos de Ciudad Real y Galicia. El resultado es una Europa atrapada entre dos frentes: sin la autonomía de China, ni el apoyo de EE.UU., y con un futuro incierto. Lo que está claro es que las tierras raras han dejado de ser un tema técnico para convertirse en uno de los ejes centrales de la competencia entre grandes potencias. Su control determinará no solo qué países liderarán las tecnologías del futuro, sino también el equilibrio de poder global en las próximas décadas. La guerra en Ucrania, lejos de ser solo un conflicto territorial, se revela, así como un episodio más en esta lucha global por los recursos que definirán el siglo XXI. Con Rusia buscando consolidar su posición como potencia minera, China defendiendo su hegemonía tecnológica, Estados Unidos intentando navegar entre ambos y una Europa que ni está ni se le espera, estamos presenciando el nacimiento de un nuevo orden mundial donde la geología será tan importante como la geopolítica.
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