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Empiezan a recuperarse los valencianos de la salvaje riada que ha arrasado pueblos enteros, sus cultivos y lo que es peor: se ha llevado por delante más de 200 vidas humanas, sin que aún sepamos con exactitud el número de muertos, porque hay cuerpos enterrados en el lodo, en los cañaverales de la Albufera o en las profundidades del mar, cuya localización será harto difícil.
Las DANAS no son nada nuevo, lo que es nuevo es la palabra, que la hemos sustituido para describir riadas, catástrofes, gotas frías o una tormenta de padre y muy señor mío. La riada del 29 de octubre ya ha pasado y ha sido terrible. Ya no tiene remedio. El remedio es hacer las obras necesarias para evitar que en el futuro pueda repetirse nuevamente en la zona o en otros escenarios distintos de la geografía española. Esto no quiere decir que no se busquen a los responsables de cualquier color y que como mínimo dejen el puesto que ocupan por ineptos, desidia e irresponsables. Pero dicho esto lo más importante es realizar las infraestructuras necesarias en todas las cuencas hidrográficas de España para contener, o paliar en parte, las grandes riadas que se puedan producir en el futuro.
Vamos a dejarnos de pamplinas con el cambio climático ¡qué ya está bien! Naturalmente que existe el cambio climático; posiblemente existe desde que se formó el planeta tierra. Europa entera fue un glaciar y el Sáhara un bosque; lo segundo lo he comprobado personalmente. Nosotros no vamos a poder cambiar este proceso, lo que sí podemos es hacer lo necesario para que nuestros montes no se queden pelados, construir diques de contención y regularización de ríos y barrancos y de paso aprovechar el agua para regar aquellas zonas donde el preciado líquido escasea. ¡Ya está bien de vivir a costa del miedo al lobo de Caperucita! Hasta la fecha la hazaña más importante que han hecho los ecologistas ha sido destruir 324 presas y un espectacular aumento de lobos de gran utilidad para los ganaderos, como es sabido.
Me voy a ceñir solamente a nuestra provincia y como mucho a los pueblos limítrofes de Murcia y Granada. Las dos riadas más antiguas de las que se tiene algo de documentación escrita son las de 1511 y 1725 en la capital. En 1804, concretamente el 11 de septiembre, cuando la población de Adra aún no se había recuperado del gran terremoto del 13 de enero, empezaron las tormentas, que de forma intermitente se prolongaron hasta Navidad. Dejó escrito el teniente de cura don Francisco Antonio Gutiérrez “se abrieron las cataratas del cielo, fuentes de la tierra, derramando tanta agua que parecía un particular Diluvio, que no cesó hasta derribar las casas, que se habían reservado de los primeros estragos y reducir a escombros la mayor parte de ellas…” Pues bien en 1863 el cauce del Río Grande de Adra fue desviado según el proyecto de Trías, el mismo ingeniero que después construiría el puerto de Almería.
En la década de 1950 hubo varias riadas en el Campo de Dalías. Recuerdo con especial horror una de ellas que arrastró un autobús en uno de los badenes que había en la carretera 340. Hubo varios muertos. Pocos años después se eliminaron todos los badenes, construyéndose puentes.
Quizás la riada que más huella dejó en Almería fue la del 11 de septiembre de 1891 perpetuada en el recuerdo de los almerienses por la Estatua de la Caridad ubicada en la Plaza de las Velas. Hubo que lamentar la pérdida de 20 vidas humanas y cientos de casas destruidas. La Reina Regente movió todos los recursos necesarios para encauzar la Rambla de Belén con grandes bloques de piedra.
Otra gran riada tuvo lugar en 1973, concretamente el 19 de octubre. Afectó a toda la provincia y algunos pueblos del litoral granadino como Albuñol y La Rabita. Esta última fue arrastrada literalmente al mar, lamentándose 40 muertos y otros tantos desaparecidos. En Zurgena cayeron 400 litros en una hora. Se vieron afectados Adra, Berja, Laujar, Fondón y la mayor parte de los pueblos de la cuenca del Almanzora.
En todas estas riadas, gotas frías o DANAS, inmediatamente después de ocurridas se hicieron grandes obras de contención, desvío de cauces o construcción de presas. La pregunta que nos hacemos todos es ¿Qué se va a hacer en la Cuenca del Júcar? Nadie contestará, porque la rentabilidad política es a largo plazo y eso no da votos.
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