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La cuestión didáctica y científica relacionada con el estudio de esta área de conocimiento debe ocupar un papel relevante en la reflexión de todas aquellas personas que nos dedicamos a la docencia. Y ello es así porque el panorama actual es desazonador. No hace falta más que ver los planes de estudios de la ESO y del Bachillerato para confirmar este hecho. El Griego y el Latín, como asignaturas, tienen una presencia cada vez más reducida, cuando, dada su importancia para la formación integral de los alumnos, debería ser al contrario. Estudiar estas lenguas constituye un privilegio. Las consecuencias educativas no pueden ser más provechosas en muy diversos ámbitos: el propiamente cultural, el filológico (en sus vertientes lingüística y literaria), el historiográfico, el sociológico, el científico. Y, por supuesto, el político y el jurídico. Un ingente legado. «Nihil Graeciae humanum, nihil sanctum», escribió Marco Tulio Cicerón. Ni los gobiernos del PP ni del PSOE han hecho nada por su protección, amparo y defensa. Lo que explica en parte las carencias de los alumnos en el plano de la expresión escrita y oral; pues el aprendizaje y enseñanza de la asignatura de Lengua y Literatura Española se resiente de la falta de una base tan sólida. No dejemos de pensar en los estudios superiores. ¿Cómo se puede hacer un comentario filológico (o lingüístico), si no se dominan el Griego y el Latín? La pregunta tiene una fácil respuesta. Estos mismos problemas expresivos se manifiestan, igualmente, en los discursos de nuestros parlamentarios. Pobreza léxica, falta de recursos estilísticos, deficiencia en la oratoria, repeticiones, muletillas, desconocimiento de la sintaxis y problemas varios, que distancian a estos de políticos de la II República como Niceto Alcalá-Zamora y Torres o Manuel Azaña; tan conocedores ambos de las lenguas clásicas, la literatura, la historia y fuentes bibliográficas, enriquecedoras de su vasta erudición. «Haec ego non multis scribo, sed tibi». Francisco Rodríguez Adrados ha hecho muchas gestiones y ha luchado con una fe inquebrantable por cambiar esta caliginosa perspectiva; mas tan loable esfuerzo no ha tenido éxito en los despachos. Nunca es tarde y, más aún, en estos tiempos de crisis, en los cuales los políticos deberían considerar las propuestas de los expertos, con la finalidad de mejorar un nivel de enseñanza tan bajo. «Si en vuestras estanterías no tenéis libros escritos por los antiguos escritores griegos, entonces vivís en una casa iniluminada», argüía Bernard Saw. La situación de las lenguas clásicas en la Universidad tampoco es halagüeña. Ya en las cortes franquistas, el ministro José Solís Ruiz, «la sonrisa del régimen», defendió la supresión del latín, ¡incluso en el Bachillerato de Letras! Proponía que, de la misma manera que el griego, se estudiara solo en las facultades de Filosofía y Letras. Para ello, en el debate, retó a Muñoz Alonso a que le señalara siquiera un ejemplo que demostrara la utilidad del latín. Concluyó su discurso con el enunciado ya conocido: «¡Menos latín y más gimnasia!». La réplica de Santiago Muñoz Alonso fue concluyente: «Sirve, señoría, entre otras cosas, para que usted pueda decir en español que es egabrense; o sea, natural de Cabra». La sociedad de nuestro tiempo no puede permitirse dilapidar un tesoro cultural tan mirífico. «Es una vergüenza que se les llame 'educados' a los que no estudian los antiguos escritores griegos», argumentaba François Rabelais. Las conclusiones no pueden ser más claras a la hora de tomar decisiones. La redacción de un documento para la defensa de las lenguas clásicas debe constituir una prioridad. Hora es de que una reclamación tan justa obtenga resultados positivos. Alguien dirá que los partidos políticos están en otros asuntos. Empero este no es menor, ni episódico. A pesar de que algunos representantes políticos, de forma nesciente, así lo consideren. «El primer paso de la ignorancia es presumir de saber», caligrafió con estilo propio Baltasar Gracián. Amparar el patrimonio cultural que procede del manantial de la tradición grecolatina constituye un fin loable y digno de encomio. Los medios de comunicación deben contribuir a ello. La historia de los estudios de filología clásica en España, en Andalucía cintilaron, sobre todo, en las universidades de Granada y Sevilla, no ha podido ser más coruscante y fúlgida. Por ello mismo, no podemos olvidar aquella frase o enunciado que en los hexámetros de los textos adquiere pleno Goethe: «Grecia es para la humanidad lo que el corazón y la mente para el humano». Sobre todo, por la universalidad del concepto en la armonía semiológica del pensamiento. «Sin los estudios griegos no hay educación». Leo Tolstoi dixit. ¿Es capaz la España del siglo XXI de hacer oídos sordos a un argumento tan ínclito y admirable? Estar en la inopia (o en Babia) no es precisamente la respuesta.
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