Iván Garrido Jorquera

El intento de Alfonso XIII de salvar a Nicolás II

La tribuna

Hasta la fecha, cualquier mención sobre el propósito de rescatar a la familia imperial rusa se alimentaba de la tradición oral más que en la documentación

El intento de Alfonso XIII de salvar a Nicolás II
El intento de Alfonso XIII de salvar a Nicolás II

El cambio de siglo, del XIX al XX, fue para la realeza europea sinónimo de pánico, dolor y muerte por los muchos atentados terroristas perpetrados, normalmente por anarquistas, cobrándose la vida de muchos de sus miembros. El caso más abyecto fue el holocausto de la familia imperial rusa en 1918, que supuso el primer genocidio de una familia real al completo. Y para encontrar el regicidio más análogo al sucedido en Ipátiev hay que retroceder en el tiempo, hasta la Revolución Francesa con la ejecución en la guillotina de Luis XVI y María Antonieta (1793); y más próxima a nosotros, concretamente en el primer año del siglo actual, es cuando se produjo la masacre de catorce miembros de la familia real de Nepal, incluido el rey Birendra.

Jonatan Iglesias aborda en su libro ¡Salvad al zar!, el asesinato de la familia imperial de Rusia, enmarcado en el periodo revolucionario en el que se circunscribe, dando una especial relevancia a la percepción que desde España se tenía de hechos que estaban ocurriendo a miles de kilómetros de distancia, pero que gracias a la legación española destinada en Rusia, eran bien conocidos aquí. En el libro se citan telegramas e informes nunca antes publicados, dejando patente que tanto el rey Alfonso XIII como el Gobierno español conocían, aunque con cierta demora, lo que estaba ocurriendo en Rusia. Se rescata, asimismo, la figura de distintos diplomáticos como el marqués de Villasinda, Justo Garrido, el embajador Contreras o Rodríguez Agüera, reflejando la neurosis germanofóbica que había en Rusia desde el inicio de la Primera Guerra Mundial y que hizo rodar no pocas cabezas.

Precisamente es este el gran valor de ¡Salvad al zar!, recorrer la totalidad del periodo revolucionario ruso, a través de los informes enviados por nuestros embajadores, y tener una visión de todos esos hechos históricos desde una óptica española. Y, a su vez, corroborar cómo afectaron a la política española; ver como el embajador Villasinda entendió la Revolución de Febrero y cómo la vivió; y ver también cómo Justo Garrido, secretario de la embajada, vio la Revolución de Octubre, así como, por un incidente, casi se reconoce al gobierno de Lenin, algo que hubiese puesto en una situación extremadamente difícil al Gobierno español.

Por último, el libro trata el tema de los rescates. Cómo desde el primer momento Alfonso XIII se preocupa por el zar y su familia, y desde que conoce la abdicación se los quiere traer a España, aunque para ello no cuenta ni con el visto bueno del conde de Romanones ni de su propia madre, la reina María Cristina, quienes -aún apoyando al rey en su anhelo por salvar la vida de la familia imperial- no veían conveniente que ésta se pudiese establecer en España, por el recelo que podría provocar en sectores izquierdistas, y los resortes que ello podría conllevar. No olvidemos que Rusia es el primer país del mundo donde los comunistas llegan al poder, y que, al socaire de la Revolución Rusa, Grecia había sufrido la caída de su monarquía y el advenimiento de un nuevo régimen monárquico con Alejandro I, como rey títere, tras el derrocamiento de su propio padre. Por tanto, el miedo que había en España a una posible

presencia del zar o su familia era importante, y más teniendo en cuenta las huelgas que los socialistas españoles habían organizado en solidaridad con los revolucionarios rusos.

En 1918, y por las filtraciones de la embajada española, llegan los primeros rumores sobre el asesinato del zar. Aunque, a pesar del aniquilamiento imperial ocurrido en Ipátiev, se creía que únicamente habían fenecido el zar y el zarévich y que la zarina y las grandes duquesas habían salido indemnes. Con esa esperanza, Alfonso XIII inicia una importante campaña para tratar de rescatarlas, a la que decididamente también se suma el Vaticano. También Alemania era de la opinión que se encontraban en Perm y apoyó la iniciativa real española.

Hasta la fecha, cualquier mención sobre el propósito de rescatar a la familia imperial rusa se alimentaba de la tradición oral más que en la documentación. Y es con esta inestimable aportación de Jonatan Iglesias en que se pone negro sobre blanco, en cuanto a lo que se hizo y quien lo protagonizó; incluso el capítulo dedicado a los esfuerzos llevados a cabo por la Santa Sede. Pero de entre sus páginas que son reflejo fiel de sus fuentes y de cuantos manuscritos coetáneos han sido estudiados por el autor que patente de forma inequívoca la aportación Alfonsina a esta empresa de auxilio a los Romanov; quizá con una determinación absolutamente quijotesca, movida por la sensibilidad, la solidaridad y la fraternidad regias, ante el incomprensible e, incluso, vergonzante silencio e inactividad de algunas cancillerías del Viejo Continente.

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