La tribuna
Negacionismo, judeofobia e hipocresía
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El tiempo ha pasado; pero la realidad, no. Se han publicado libros y estudios con el título de El español hablado en Andalucía; se han organizado congresos y jornadas; sin embargo, el ceceo (por citar un modismo representativo de las hablas andaluzas) sigue siendo considerado como un vulgarismo y el puñal despiadado del estigma continúa su curso, con la intención espuria de ridiculizar una modalidad del español; una manera de hablarlo. Mas el leísmo, el laísmo, el loísmo, el dequeísmo, el queísmo, la pluralización impersonal de haber y las impropiedades léxicas prosiguen su imparable avance, sin que nadie se rasgue las vestiduras. Se ha dado el caso de que algunos profesores, de reconocido prestigio investigador en el área de conocimiento de las hablas andaluzas, se han esforzado por cambiar su pronunciación, cuando les han hecho una entrevista en la radio o en la televisión para analizar este tema. En el bachillerato, apenas se dedican unidades didácticas al estudio de las hablas andaluzas. Y en las facultades de Humanidades, el perfil no es muy distinto. En el texto del Estatuto la referencia es pobre y superficial. Nuestros escolares son ya, en su mayoría, leístas, su vocabulario, cada vez más reducido; y las destrezas comunicativas (leer y escribir, hablar y escuchar) permanecen aletargadas, como si no tuvieran relevancia o significación. Eso sí, como usted cecee (o incluso sesee) lo citan los incultos como ejemplo de analfabeto funcional. Y, además, le regalan el oído con la palabra «tema» y la locución de «alguna manera» en infinitos contextos y situaciones comunicativas. ¿Qué quedó del espíritu investigador que tuvieron Manuel Alvar, Gregorio Salvador, Antonio Llorente y José Mondéjar y del que surgieron obras tan espléndidas como el ALEA (Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía? Granada. VI volúmenes. Universidad-CSIC, 1960-1973) y tantas otras brillantes publicaciones y tesis doctorales? Si hiciéramos una encuesta entre nuestros estudiantes de Enseñanza Secundaria e incluso de Universidad, y preguntáramos si saben qué es el ALEA, ¿cuántos darían una respuesta acertada? La interrogación seguiría navegando sin conseguir llegar a buen puerto; perdida en el mar proceloso de la preterición de unos programas que ignoran, casi por completo, en la teoría y en la práctica, el estudio de la realidad lingüística de Andalucía. Los asaltantes de conceptos y salteadores de definiciones vuelven a decirnos que los andaluces hablamos mal. La mentira, enjaezada de impostura. La demagogia, enmarcada con el cinismo. ¿Es, acaso, hablar mal pronunciar la ese de modo distinto a la articulación apical, aspirar y perder la ese en posición implosiva (final de sílaba o palabra), con la consiguiente abertura de la vocal anterior (en Andalucía occidental esta abertura se pierde cuando la aspiración desaparece ante una pausa) o realizar la jota y la ge como un sonido aspirado faríngeo sordo o sonoro? No hace falta hacer un acopio de erudición para afirmar que las peculiaridades de las hablas andaluzas encuentran su explicación en la historia de la lengua (son el resultado de las alteraciones fonéticas del español medieval), se reflejan en el presente y se proyectan con vida propia en el futuro inmediato del idioma. Tampoco hace falta despejar ninguna incógnita para precisar con rotundidad que el español hablado en Andalucía es la variedad (con rigor filológico, deberíamos decir variedades) que tiene un porvenir más prometedor dentro de la equilibrada conjunción de «normas» que configuran la existencia del diasistema. No sé, entonces, bajo qué fundamento se afirma que en Andalucía no se habla bien. Prefiero ignorar consideración tan mugrienta y falaz por su inconsistencia científica, en lo sociolingüístico y ruindad, en lo humano. Siquiera, por curiosidad, habría que preguntarse qué es exactamente lo que pretendió, en su momento, Artur Mas, al decir, en nombre de la inmersión lingüística, badomías, dislates, gazapatones y garrapatones como estos: «(...) los niños sevillanos y malagueños hablan, efectivamente, el castellano, pero a algunos no se les entiende». Estas consideraciones fueron más inicuas y nocivas de lo que, a simple vista, parecieron. En el fondo y en la forma, constituyeron un ataque al artículo tercero de la Constitución, que en el punto 3.º señala: «La riqueza de las distintas modalidades de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección». Despreciar una forma de hablar el español, sin criterio pragmático y comunicativo alguno, es un insulto a la filología. Lo dijo Sócrates: «Solo hay un bien: el conocimiento. Solo hay un mal: la ignorancia». El estudio de las hablas andaluzas en las aulas de nuestra Comunidad Autónoma constituye un hecho que no se puede obviar. Por muy distintas razones. Entre otras, porque son el lazo de unión entre el español europeo y el español americano. Ya lo dijo Antonio Machado: «La verdad es lo que es; y sigue siendo verdad, aunque se piense al revés».
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