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En estos momentos de exabruptos del líder estadounidense contra todos, no viene mal recordar las gestas de nuestros conquistadores y colonizadores del Nuevo Mundo, con hitos tan destacados como el descubrimiento de la Florida por Juan Ponce de León en 1513, la creación del establecimiento de Pensacola en 1559 por Tristán de Luna y Arellano, la fundación de la primera ciudad en el territorio continental de los Estados Unidos (EEUU) por Pedro Menéndez de Avilés de San Agustín en 1565, o el establecimiento de las primeras misiones en California por fray Junípero Serra. Estos hechos demuestran la importante presencia que tuvimos en los territorios hoy estadounidenses y las profundas raíces históricas y culturales que nos vinculan con esta Nación.
Pero nuestra relación con EEUU no puede quedar circunscrita a nuestra presencia en lo que hoy es esa Nación. Hay muchos más vínculos: hubo tropas nuestras apoyando la independencia estadounidense, compatriotas nuestros fueron voluntarios en las filas de los dos bandos que contendieron en su Guerra Civil, y desde 1953, somos Naciones aliadas, a pesar de los vaivenes naturales de la política. EEUU, por su poder en el mundo, como uno de los principales actores de la escena internacional, la convierte en una aliada indispensable en política exterior.
Y si se trata de Europa, cuando se contempla la secuencia histórica de la última posguerra mundial, se suele pasar por alto el hecho tan importante de que su reconstrucción social, económica y política, y la fundación misma de la Unión Europea, fueron posibles al amparo de la seguridad que proporcionó la presencia estadounidense. Esta seguridad, que hizo posible la reconstrucción y con ello la cooperación y el progreso; permitió la supervivencia en Europa de los principios y de las Instituciones sobre los que se levantaron los estados europeos después de la guerra. La OTAN, liderada por los estadounidenses, fue la que también posibilitó décadas después la caída del muro de Berlín y con ello el hundimiento del bloque comunista. En resumidas cuentas, la Alianza entre ambas orillas del Atlántico permitió derrotar primero al nazismo en 1945 y después al comunismo en 1991.
Es indudable que la paz, la estabilidad y la seguridad en el espacio euro-atlántico es parte de la seguridad de nuestra Nación y la relación con Estados Unidos es clave en la gestión de este espacio y uno de nuestros principales activos en la dimensión internacional en pos de nuestra seguridad. Como aliados, es este marco de seguridad compartida lo que propició que EEUU solicitara a nuestro Gobierno en abril de 2013 establecer en la Base de Morón de la Frontera la denominada SP-MAGTF CR (una fuerza de intervención inmediata de los Marines en el norte de África) unos meses después del ataque a la Embajada de EEUU y a una sede de la CIA en Bengasi (Libia). Si bien nuestra situación política con la entrada de los comunistas en el Gobierno y los guiños a Cuba y Venezuela generaron una desconfianza por parte estadounidense que dio lugar al traslado de esta Fuerza a Italia en 2021. Se sigue manteniendo en la Base de Rota el refuerzo del escudo antimisiles de la OTAN en Europa con 5 destructores estadounidenses, pendiente de incrementar esta fuerza naval con un sexto destructor en 2026, convirtiendo Rota en un fortín para la defensa europea, y aunque algunos puedan relacionar esta presencia con un incremento en los riesgos y amenazas, el simple análisis de nuestra situación geoestratégica nos lleva a la conclusión de que, aun sin la presencia estadounidense en nuestro territorio, estos riesgos y amenazas no van a desaparecer.
Pero es evidente que esta seguridad compartida, consecuencia del vínculo transatlántico que nace con el Tratado de Washington de 1949, se está viendo afectada por el desplazamiento del interés estratégico de EEUU del Atlántico Norte y Europa al Indopacífico, lo que supondrá una disminución del esfuerzo dedicado al Atlántico en beneficio del Pacífico. Pero esto es así con Trump o sin él. Los europeos, si bien seguimos necesitando el “paraguas” nuclear de Estados Unidos, aun contando con el poder nuclear anglo-francés, debemos implicarnos más en nuestra defensa, siendo capaces de asumirla solos. El plan de rearme europeo es una necesidad, insisto, con Trump o sin él, sin afectar por ello al vínculo transatlántico, que deberá adecuarse a la nueva situación geopolítica, teniendo en cuenta los lazos históricos y culturales que nos unen.
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