Manuel Ayús Y Rubio

LA FALACIA, UNA TRISTE VERDAD

La tribuna

8296045 2024-08-25
LA FALACIA, UNA TRISTE VERDAD

25 de agosto 2024 - 03:10

La falacia, la mentira, tal vez sea una forma de engaño connatural de la condición humana. La mentira es una trampa premeditada contra el otro, perpetrada hacia los demás por algún interés generalmente espurio. Indudablemente es una argucia con base en una ficción, a veces inocente a veces patológica. La mentira es una condición humana que busca tergiversar la verdad, es una invención favorecida por aquellos que fundamentan lo contrario a la decencia, rectitud y lealtad. Buscan y confeccionan argumentos falsos con el fin de sostener una estrategia válida para sus haberes, actitud que no sólo se ha mantenido viva, sino que se ha conservado con acreditada actividad creciente, siendo capaz de llegar hasta nuestros días brincando de un mentiroso a otro y que no sólo se ha mantenido, sino que en la actualidad la evolución es exponencial.

Gran parte de ella, de la mentira, es advertida inmediatamente cuando se contrasta con todo lo que vemos, oímos y leemos. Es tras ese exiguo ejercicio de actitud crítica como podrás observar que quien vierte aseveraciones de cierta inocuidad pretendida no dice la verdad a sabiendas del injusto mensaje. Y así ha venido ocurriendo con un exceso de verbalización falaz, con manifestaciones habituales difundidas mediante la palabra del político donde prima la mentira.

La mentira les resulta tan doméstica, tan usada, que debe considerarse, no decir verdad, como una facultad del ser humano de carácter proverbial. Sí, ésta forma parte de la costumbre, de los hábitos de ciertas tribus, de seres de especial estirpe que se observan distinguiéndose por su afición y actividad merodeando un cargo público, de los que les gusta presidir o aspiran a gobernar. En cambio, la política vista desde la teoría, sería absolutamente distinta, estaría señalada como el conjunto de actividades de relaciones de poder, de estatus y de distribución necesaria para garantizar el bien común en la sociedad. Excesivamente admirable para ser verdad.

De lo acabado de señalar y desde la falacia verbalizada del político, cuando la ejercen, lo hacen por exclusiva facultad y hábito, lo hacen mediante afirmaciones contrarias a la realidad de las cosas muy conscientes de que no son verdad. No suelen enrojecer cuando lo producen, se encuentran cómodos con ella, forma parte del día a día, están habituados e incluso les gusta bailar con la mayor, con la más grande de ellas.

Recuerdo el espléndido artículo del filósofo Higinio Marín publicado en el diario Información (31/julio/2016) donde trataba de la mentira (La calumnia). Explicaba cómo se produce la propagación de una mentira cuyo mecanismo funciona de manera contraria al de la emisión de ondas tras la producción de la palabra. El efecto de la mentira hace que las ondas crezcan en el transcurso del espacio-tiempo, al contrario que ocurre en la producción de un sonido, cuyas ondas van decreciendo conforme se alejan de la fuente o del punto de emisión.

Como dice, la mentira necesita de cómplices, bien interesados porque saquen beneficio de tal impostura o porque quienes conocen la verdad se callan por dejación o porque no se atreven a contradecirles. La mentira precisa de difusión y expansión (de amigos), se actúa dentro de un contexto apropiadamente simulado, de una condición que no existe, que no se tiene, que sólo se ostenta dentro del escenario de ficción creado para el confort de la propia mentira. Una vez hallado en tal escenario se lanza la acusación o imputación falsa hecha contra alguien con la intención de desvirtuar la realidad y, si, además, pudiera causar daño o perjuicio, mucho mejor.

Dado los medios de comunicación de los que la actual sociedad cuenta, en ocasiones no somos capaces de discernir entre la verdad y la mentira ya que los bulos corren como la luz y no se dispone de tiempo para la actitud crítica, por cierto, no bien vista ni bien recibida por muchos medios de comunicación. Nos encontramos con frases, textos, que por la velocidad con la que se vierten optamos por conformarnos con lo primero que vemos, oímos o leemos.

En estos días no es una excepcionalidad la mentira. Pero no vayan a creer que ésta se produce únicamente en los medios más domésticos de la habitualidad ordinaria, no. La mentira ocupa todos los espacios de divulgación, todos los estamentos públicos y privados sin dejar inocuo a ningún de ellos. La mentira hoy, más que una epidemia, es un culto, una religión.

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