La tribuna
José María Martínez de Haro
El ridículo supera la ficción
La tribuna
El capítulo correspondiente al español medieval es una cuestión histórica, cultural y filológica a la que, de un tiempo a esta parte, no se le presta atención en ningún ciclo de la enseñanza, salvo en la titulación de Filología Hispánica; y, en esta, cada vez menos. Lo cual constituye un motivo de preocupación, puesto que este tema es el fundamento que explica los componentes fonológico, morfosintáctico, semántico y léxico de una lengua universal. ¿Por qué meter en el cajón del olvido el conocimiento de africadas dentales sorda (ç) y sonora (z), las apicoalveolares sorda (s) y sonora (z), las prepalatales sorda (x) y sonora (j, g), si son la explicación de la s, la c, la z, la j y la g? ¿Por qué no prestar atención a la distinción en el español medieval entre la b y la v, la aspiración de la f inicial latina, la vacilación de los diptongos ie, ue, hasta el momento de su fijación? ¿Por qué no comentar el apartado relacionado con la apócope, extrema y menos extrema, de la e, las diptongaciones, las asimilaciones y disimilaciones, las monoptongaciones y la evolución de los grupos consonánticos? ¿Y el proceso tan decisivo y que atañe a los incipientes pasos, que van dando las partículas y nexos, que sirven como formas de expresión de la coordinación y de la subordinación? A la hora de hablar y escribir el español actual, todos usamos, incluso de forma reiterada, la conjunción copulativa y, ¿por qué no preguntarnos, al menos, por curiosidad, cuál es su origen, cómo evoluciona y cómo se manifiesta en los textos medievales y del Siglo de Oro, hasta consolidarse en su modelo actual? Lo mismo podemos decir de no, de que, de ca, de maguer. ¿No es todo este proceso una manifestación cultural y, por ende, filológica en el pleno sentido de la palabra? ¿No es conocer la etimología y la ascendencia de las palabras ciencia y sabiduría, estudio y sapiencia? Leer, hoy, la obra de Alfonso X el Sabio, de Berceo, de López de Ayala, del Arcipreste de Hita, de Mena, Santillana o Manrique, hasta llegar al Renacimiento, ¿no forma parte de un proyecto intelectual, que comienza en los libros y termina en el periódico? ¿No han sido siempre los periódicos los focos y faros, que iluminan la información y la cultura? La aparición de la Gramática de la lengua castellana en 1492 vendrá a constituir la codificación del español y será el punto de partida de la historia de la lingüística española e hispánica. Pronto llegará la manifestación del reajuste consonántico, la vertebración de la morfología y de la sintaxis, la estructuración del léxico y la consolidación del sistema lingüístico del español. Un sistema que en los siglos XVI y XVII se reflejará en el desarrollo de una literatura, de reconocimiento universal, en los distintos géneros literarios. Del Poema de Mío Cid a Francisco de Quevedo, de la prosa, al teatro, de la épica, a la lírica, el español avanza a través de los textos como lengua que florece en la geografía con la limpidez, naturalidad y armonía de un soneto de Garcilaso. Hasta enmarcar en una pintura renacentista la sentimentalidad de la historia. Ya en nuestro tiempo Mario Vargas Llosa dirá con elegancia y humanidad: «Aprender a leer es lo más grande que ha pasado en la vida». La historia de la lengua española es un compendio pleno de filología y lingüística. La una, antes que la otra. En sus distintas vertientes y planos. Hasta acabar siendo compañeras en la navegación de una a otra orilla del Atlántico. Justificando los libros con la cadencia de las metáforas y de los símiles o comparaciones, que mejor conocen los íntimos secretos de la literatura. Ayer y hoy. Nadie, tan indescifrable.
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