La tribuna
José María Martínez de Haro
Feliz Navidad
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La figura de José Machado, hermano de Manuel y Antonio, no ha sido estudiada ni valorada en su verdadera dimensión y no ocupa en la actualidad el lugar relevante que le corresponde. Era una persona muy querida en su entorno, recordada hoy por familiares como un hombre entrañable y presto a realizar cualquier sacrificio por sus allegados, y un gran admirador de sus dos hermanos mayores a los que dedicó buena parte de su tiempo. Creador polifacético y profesor de dibujo, dominaba la pintura, la escritura y otros campos artísticos, aunque por diversas circunstancias, algunas difíciles de explicar, siempre ha sido eclipsado por el prestigio de los dos grandes poetas. Con su impecable escritura era el encargado de pasar a limpio los manuscritos de Antonio, complicados de ordenar y transcribir por sus correcciones y tachaduras, pero que él los supo interpretar con maestría e ilustró algunas de sus publicaciones, siendo consciente de la magnitud del material que tenía entre las manos.
Junto a su mujer, Matea Monedero, había convivido mucho tiempo con Antonio y su madre, Ana Ruiz, y el destino quiso que les sorprendiera en Madrid el levantamiento militar de 1936 contra la República. Una vez estallada con toda crudeza la Guerra Civil, permanecieron unidos compartiendo las penalidades del obligado éxodo hacia Valencia, Barcelona y el exilio final a Francia, mostrando la valentía y la bonhomía de una persona capaz de cualquier renuncia y sufrimiento por sus seres amados. En la larga marcha emprendida desde la capital, las condiciones físicas y anímicas de Antonio fueron mermando poco a poco, llegando a la frontera en situación muy precaria, empeorada por el débil y preocupante estado de salud de la madre, que pasó a tierra extranjera en brazos del propio José. La situación era alarmante y la afrontó con entereza y decisión, teniendo informados a familiares que habían sido sorprendidos por el golpe militar en otras ciudades. Tal es el caso de Manuel y su esposa, Eulalia Cáceres, que estaban en Burgos y tuvieron que mantenerse en este centro importante del gobierno golpista, donde el mayor de los Machado estuvo apresado algún tiempo, siendo retenidos con posterioridad y sin posibilidades de regresar a Madrid de inmediato.
Los últimos meses de supervivencia de este grupo perseguido y exhausto se revelaron dramáticos, siendo José el pilar en el que sustentaron las pocas esperanzas que aún conservaban en un caminar errante y dificultoso hacia ninguna parte. Quizás el objetivo fuera París, pero la tozuda realidad hizo que estos desterrados, olvidados por todos y desprotegidos, tuvieran que detenerse a finales de enero de 1939 en el pequeño pueblo costero de Collioure, no lejos del paso fronterizo donde se encontraban diversos contingentes de refugiados civiles y militares. Todo lo relacionado con la llegada y la residencia en territorio francés fue organizado por el matrimonio y algunos conocidos que les acompañaron en este difícil trance, atendiendo a dos personas muy próximas a la muerte e intentando que estos postreros días transcurrieran de una forma digna, lo cual no impidió el fallecimiento de Antonio el 22 de febrero y el de su madre tres días después. Al siguiente año, José y Matea marcharon a Chile y sus tres hijas fueron enviadas a Rusia, donde permanecieron nueve largos años hasta que pudieron reunirse con sus queridos progenitores. Escribió allá su único relato en prosa, reflejo de su propia vida y amor sincero: Últimas soledades del poeta Antonio Machado (Recuerdos de su hermano José). La justificación preliminar para la elaboración de esta obra, publicada póstumamente en 1977, comienza: "Por la honda y fraterna compenetración que nos unió toda la vida...". No pudo volver a su amada España, falleciendo en 1958 en el país andino.
Hay que poner en valor la sacrificada vida de muchas de estas personas valiosas pero anónimas, que por motivos altruistas renuncian a honores y otros beneficios tangibles, manteniéndose en un apartado segundo plano. Realizan un trabajo concienzudo y discreto, a veces ingrato, con alegría y sincera generosidad para que reluzca con todo esplendor la grandeza de esos hombres únicos que alcanzan la gloria y asombran a la Humanidad con su vida y con su obra. Esos seres reconocidos y ensalzados nunca conseguirían semejantes laureles sin estos imprescindibles aliados que les alientan y les proporcionan el soporte vital necesario para culminar una encomiable labor.
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