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Mucho se ha hablado y escrito sobre los campos de exterminio nazis durante la segunda guerra mundial, pero poco sobre los soviéticos, los conocidos como los Gulags, referidos a todas las prisiones y campos de concentración de la historia soviética, aunque esta palabra sea realmente el acrónimo de la Dirección General de Campos de Trabajo Soviético. Pero en tanto en los campos de exterminio nazi, los españoles internados en los mismos procedían del bando derrotado en nuestra última guerra civil, en los Gulags llegaron a coincidir ambos bandos. Al término de nuestra guerra civil, con la rendición incondicional de las fuerzas republicanas, en la Unión Soviética (URSS) se encontraban algo más de 4.000 españoles, entre exiliados políticos, pilotos de la última promoción de la academia de pilotos rusa de Kirovabad, marinos de buques españoles que formaban parte de la tripulación de barcos incautados por la Unión Soviética al finalizar la guerra, profesores y los conocidos como los "niños de la guerra". La derrota republicana les impidió regresar a España, siendo lo más sensato quedarse en la URSS, creyendo en una vida mejor, en libertad, pero para muchos de ellos, su vida en este Estado, no fue un camino de rosas, sino que pasaron de escapar de la represión de la posguerra a terminar en alguno de los Gulags para prisioneros políticos y opositores del régimen de Stalin.
Las detenciones de exiliados españoles se desarrollaron en tres oleadas: la primera, en 1939, como consecuencia del pacto entre la URSS y Alemania y la ocupación de media Europa por parte de esta última, la segunda de 1942 a 1945, durante la intervención de la URSS en Segunda Guerra Mundial, y la última de 1946 a 1948, siendo muchos los exiliados españoles que pidieron la salida del territorio soviético, incluso para regresar a España, aun a pesar de lo que esto podría suponerles. A algunos de ellos, se les detuvo y condenó por traidores a la patria y antisoviéticos, precisamente por el simple hecho de haber manifestado su deseo de salir de la URSS, o por oponerse a la línea política del Kremlin. Muchos habían sido enviados a trabajar en fábricas en los confines de la URSS, mientras algunos de los llamados niños de la guerra, que llegaron en edad escolar, habían caído en la delincuencia acuciados por el hambre.
En total cerca de 350 exiliados españoles fueron internados en los gulags. Allí se encontrarían con los prisioneros de guerra de la División Española de Voluntarios, más conocida por División Azul, enviada por el Gobierno español al Frente del Este en apoyo al Gobierno alemán en su lucha contra el comunismo. Enemigos en nuestra guerra civil, acabaron compartiendo penalidades en los gulags. Habría que fijar la responsabilidad que en el cautiverio de estos exiliados españoles pudiera corresponder a la dirección del Partido Comunista de España (PCE), entonces establecida en Moscú, puesto que no sólo apoyaron las consignas del Partido Comunista de la URSS, sino que aceptaron sin reservas sus sufrimientos, humillaciones y persecuciones. Simplemente, el PCE no movió un dedo por ellos. No fue hasta 1954, ya muerto Stalin, cuando se inició el retorno de casi todos estos exiliados junto a los prisioneros de guerra de la División Azul, consecuencia de los acuerdos alcanzados en Francia entre el Gobierno español y la Unión Soviética. Fueron siete expediciones que se efectuaron entre 1954 y 1959. La primera de ellas llegó a Barcelona el 2 de abril de 1954, en el buque griego Semíramis, con 286 españoles, de los que 38 eran exiliados republicanos que habían sobrevivido a nuestra guerra civil, a la invasión nazi en la Segunda Guerra Mundial, a ser acusados de fascistas por los propios dirigentes del PCE y al internamiento en el gulag soviético.
No nos olvidemos de la historia de españoles como estos exiliados, para resaltar la de otros, y hagamos caso a la Resolución de 2 de abril de 2009, del Parlamento Europeo, sobre la conciencia europea y el totalitarismo, que en su preámbulo recomienda que ninguna institución o partido político se arrogue la interpretación de la Historia ni pretenda que esta sea objetiva, y que las interpretaciones políticas oficiales de los hechos históricos no se impongan mediante decisiones mayoritarias de los parlamentos, y que un parlamento no legisle sobre el pasado. Dejemos que sean los historiadores quienes lo estudien, eso sí, tratando de ser lo más objetivos posibles.
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