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Al escribir sobre Max Aub, no puedo dejar de rememorar «La gallina ciega» (1971), obra para mí inolvidable, que nunca se puede olvidar y a la que siempre hay que volver. La claridad de razonamiento, la proverbial forma de hacer llegar el testimonio de su impresión sobre la España republicana y la España franquista, la zanja que aparece entre la una y la otra, el exacto don para reflejar la nostalgia, el dolor, la búsqueda de valores morales entre balas perdidas, la entrega a una causa tan noble, la convicción plena de que la Dictadura supuso un duro golpe para la cultura, para la intelectualidad, para la universidad, para las artes y la literatura, para el progreso, para la formación integral de las personas son constantes que pronto se descubren en el acertado enfoque de la técnica narrativa, en la original disposición de todo cuanto quiere decir y transmitir a los lectores sobre una situación política que rechaza y que no acepta, porque ha destruido las urnas y la democracia. «La gallina ciega» es un ejercicio militante y apasionado de memoria histórica, un testimonio literario con valor de testamento moral, de voluntad de lucha contra el olvido de aquella España republicana que pudo ser y, que por las fuerza de las armas fascistas, no fue», escribe Manuel Aznar. Max Aub, novelista, dramaturgo, poeta, ensayista, pero también periodista en «La Verdad», periódico del que fue director de agosto a octubre de 1936, junto a José Renau, en «El Mercantil Valenciano», en el diario madrileño Luz, donde aparecieron 13 artículos sobre «El teatro en Rusia» entre el 18 de julio y el 26 de septiembre de 1933, en «La Vanguardia» de Barcelona, donde publicó artículos de crítica teatral tan extraordinarios como «Carta a un actor viejo» (11 de diciembre de 1938) o «El estreno de Fuenteovejuna en París» (2 de abril de 1938), recogidos por Manuel Aznar en su excelente libro Max Aub y la vanguardia teatral (1993) o en «Las Provincias». Quede constancia igualmente de ese magnífico artículo, «Segunda representación de la vida del hombre», que apareció en el diario madrileño «El Sol», rescatado, de la misma manera, por Manuel Aznar y que cumple fielmente las propiedades del lenguaje periodístico: sencillez, naturalidad, precisión, claridad. En la revista «Triunfo» fue reproducida en 1976 su conferencia «La gran guerra y el socialismo», pronunciada el 2 de febrero de 1930 en la Casa del Pueblo de Madrid, y publicó su «Respuesta a Emilio Romero» en el n.° 388 de 1969. Las páginas de los periódicos mexicanos «El Nacional», donde fue crítico teatral, «Excélsior» (en difícil situación actualmente), donde fue cronista, «Novedades» y «El Día» y, especialmente, del suplemento «La cultura en México» de la revista «Siempre» vieron continuada esta dilecta y prolífica producción periodística, cuya edición en dos volúmenes al cuidado de la Dra. Eugenia Meyer, profesora de la Universidad Nacional Autónoma de México, con el título de Los tiempos mexicanos de Max Aub constituye un capítulo fundamental en el conjunto de sus Obras Completas, ya que supone rescatar estos artículos periodísticos, no editados hasta ahora, donde los temas principales fueron el teatro, su gran pasión, su concepción moral y ética y su posición política ante lo que ocurría en la España y en la Europa del momento.
Profundamente admirados por mí resultan el significante y el significado de «El Correo de Euclides» (Diario conservador, 1959-1968), publicado en nueve entregas, que fueron reproducidas en «Siempre», donde, en afirmaciones de R. Muñoz Suay, «las claves se tornan clavos ardientes aunque se vistan con la seda de la burla». Su agudeza, su ingenio, su humanidad, su atinada observación del ser humano, sus lecturas tan perfectamente asimiladas, su pasión artística, su universalidad, su realismo mágico, la tragedia de su soledad camino del exilio, la esperanza que siempre conserva, la defensa de unos principios políticos consecuentes con su pensamiento y con su misma razón de ser, la firme creencia en los valores del hombre, su oposición frontal al fascismo y su amor a la vida son aspectos que hacen de su periodismo literario un vivo testimonio que se manifiesta, existencialmente, en una escritura inolvidable. ¿No es Aub escritor en el periódico y, de algún modo, periodista en sus novelas como lo demuestra ese lenguaje rico, múltiple y dinámico del que habló Jorge Rodríguez Padrón; ese lenguaje que escudriña y busca lo cotidiano siempre con sed de actualidad y comunicación? ¿No plasma su vocación literaria en el periodismo y el periodismo en su literatura, como si acaso percibiese una simbiosis entre ambas manifestaciones textuales? ¿No adapta magistralmente Max Aub sus artículos a eso que dice Muñoz Molina que es el periódico, «el tiempo de la vida diluido en presente»? ¿No es, de esta manera, escritor y periodista al reflejar fielmente lo que vive?
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