Editorial
Occidente se la juega
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Amedida que transcurren los días, la tragedia provocada por la Dana en la zona de Valencia adquiere caracteres de auténtica hecatombe. Con una cifra de víctimas mortales que se acerca ya a los dos centenares, las decenas de miles de personas afectadas, las infraestructuras colapsadas y los daños de todo tipo, incalculables y que se tardará muchos meses en reparar, dibujan un panorama para el que se agotan los adjetivos. Es sin duda la mayor catástrofe natural que ha asolado España en muchas décadas y la peor en lo que va de siglo XXI. Frente a la magnitud de lo ocurrido la respuesta del Estado ha sido muy deficiente. Las autoridades han quedado claramente desbordadas por una situación que ni supieron prever ni ante la que ofrecieron respuestas adecuadas. Hay que hablar del Estado porque no es muy difícil encontrar responsabilidades en la Administración central, en la autonómica e incluso, en algunos casos, en los ayuntamientos afectados. Desde la pésima gestión de los avisos a la población o la falta de instrucciones claras ante lo que se avecinaba hasta el incomprensible retraso de tres días en el despliegue del Ejército, más allá de los primeros efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME) que resultaron claramente insuficientes, no se ha estado, ni de lejos, al nivel que las circunstancias requerían. Muchas de las cosas que se han visto estos días resultan incomprensibles y requerirán de explicaciones cuando lo más urgente haya pasado. Mientras tanto, el conjunto de los españoles, consternados como nación, asistían estupefactos a un cruce de acusaciones políticas que ha reflejado el nivel de degradación al que ha llegado país. Como respuesta, la ciudadanía de la zona más afectada ha tenido un comportamiento ejemplar organizando con sus propios y escasísimos medios las primeras ayudas. Lo único que cabe esperar ante tanta desolación es que lo ocurrido en estos días se aproveche como lección para que nunca más vuelva a ocurrir.
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