China no es la alternativa

Editorial

En el mundo convulso y cambiante que está configurando la nueva Presidencia de Donald Trump, Estados Unidos ha dejado de ser el socio fiable para Europa que era capaz de proyectar sobre el continente seguridad y confianza, tanto desde el punto de vista económico como desde el político. Ha sido Washington quien ha decidido romper el vínculo transatlántico y ello obliga a los países de Europa y a la institución que agrupa a la mayor parte de ellos a buscar nuevos caminos para garantizar su pervivencia. Pensar que China puede dar esa garantía y convertirse en alternativa a los Estados Unidos sería un error que acarrearía nefastas consecuencias. En este contexto, son lógicos los recelos que ha despertado, a ambos lados del Atlántico, la visita oficial del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a Pekín y algunas de las declaraciones que se han realizado en torno a este viaje. China es incompatible con los valores de libertad y defensa de los derechos humanos que constituyen la columna vertebral de la Unión Europea y, hoy por hoy, es una potencia militar y tecnológica con ansias expansionistas. De hecho, no es exagerado considerar el régimen de comunismo de mercado chino como el principal rival sistémico de Europa. Es lógico, por otro lado, que se mantengan engrasadas las relaciones políticas y comerciales con Pekín y que se establezcan para ello los contactos institucionales y diplomáticos necesarios. China interesa como mercado para los productos europeos y sigue siendo el principal proveedor de manufacturas para el resto del mundo. Pero sería un desatino obviar que los intereses geoestratégicos que defiende Pekín son los contrarios de los que interesan a Europa. La obligación de los europeos, en estos momentos en los que se configura una nueva definición del mundo, es buscar una autonomía política y estratégica que les permitan competir y tener influencia para defender su bienestar económico y los valores humanistas que los representan.

stats