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El debate celebrado el pasado miércoles en el Congreso sobre las consecuencias para España de los cambios geopolíticos ocurridos tras el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca volvió a demostrar la imposibilidad práctica de ordenar la discusión política en España por cauces de normalidad democrática que, sin embargo, sí se dan en otros países de nuestro entorno, como acaba de ocurrir en Alemania. Lo paradójico de esta situación es que, definida ya la posición de los diferentes partidos sobre el incremento del gasto militar, se comprueba que Pedro Sánchez mantiene una postura radicalmente enfrentada a sus socios de izquierda, incluso al que comparte con él el Consejo de Ministros. Por su parte, el principal partido de la oposición, el PP, mantiene en lo sustancial los mismos objetivos del presidente del Gobierno sobre esta cuestión, entre otros factores porque en el seno de la Unión Europea ambos trabajan juntos en la misma dirección. Sin embargo, plantear la posibilidad de un Pacto de Estado entre las formaciones políticas que representan casi dos tercios de Parlamento y un porcentaje similar de los electores está lejos de lo alcanzable. Quedó de manifiesto de una forma fehaciente durante las intervenciones de Sánchez y de Alberto Núñez Feijóo durante la sesión del Congreso. Es cierto que hay obstáculos enormes, como la falta de unos Presupuestos o la escasa concreción, hasta ahora, de los planes gubernamentales. Pero la cerrazón y aparente falta de ambición del PP y el PSOE para desbloquear este sinsentido y ponerse a hablar constituye una anomalía democrática que condiciona la respuesta española al desafío en el que ha entrado la Unión Europea. No se trata en esta ocasión de firmar cheques en blanco, sino de estar a la altura de las circunstancias.
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