El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
Como no voy a empezar a odiar agosto si no puedo desaparecer como hace la mayoría de la gente. Desaparece el peluquero, los talleres, los colegios profesionales, los talleres de suministro de muelles para apertura de puertas seccionales, sí, esas que abren y cierran nuestros protectores garajes. Nuestras amadas plazas de garaje en propiedad (del banco), las que están debajo de nuestra casa y abren y cierran pulsando un botón de un pequeño mando. Pues una ya no abre ni cierra, bueno, sólo un poco y la otra abre cuando quiere. Pero la empresa de suministros para puertas de ese tipo está cerrada. Por mor de un mundo veraniego es más saludable no coger el coche, no coger el teléfono, no intentar resolver nada, hasta septiembre. Quedarse tumbado en el sofá viendo viejos clásicos grabados y esperando que no se rompa la tele, el mando o la tele y el mando. Protegido con el aire acondicionado esperando que tampoco se rompa. No salir a la calle, mirar el mundo desde la ventana, leer libros que ya tienes, no intentar comprar ninguno, todo lo más comprarlo online. Que te lo lleven a casa y abrirle la puerta al repartidor como si fuese abrir la puerta del infierno pequeño si tienes piso y del infierno total si tienes adosado cuya puerta da al exterior. De la claustrofobia pasar a la agorafobia. Los adosados son mundos habitables predispuestos a todos los peligros, las venganzas atmosféricas que causan pavor, las incursiones de los honrados repartidores de publicidad y a veces tienes que abrir la puerta al horror, esto es, al verano. En los pisos altos la inundación es menos probable, más bien imposible. En los sótanos de los garajes el retorno de los saneamientos de pluviales y su deleznable goteo te recuerda que algún día puede llegar el desastre pero te reconfortas pensando que la calle principal tiene una fuerte pendiente y gran amplitud que canaliza el río climático de agua imprevisible y no la deja acceder a las calles adyacentes. Y por fin vuelven no reconfortados si no recelosos todos los colaboradores necesarios para perpetrar de nuevo la rutina esclava de la vida. Otra vez hay que cortarse el pelo, llevar el coche al maldito taller y abrir y cerrar la perversa puerta del garaje, apretando el botón, otra vez, otra vez más. En mala hora dejaste el sofá y los ansiados clásicos del cine, las lecturas no recomendadas, es decir, los clásicos, lo clásico, la clásica.
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