La Rambla
Julio Gonzálvez
Volver al trabajo
Ayer, martes, estaba abatido. Solo me venía a la mente los escasos días que me restan para volver al trabajo. Me fui a la cama derrotado y, bendito descanso reparador, vamos que me he despertado siendo otro. Lo primero que he hecho ha sido darme cuenta de lo insolidario que he sido. Me lamentaba por tener que ir a trabajar. Es decir, me quejaba de mi privilegiada condición de trabajador que saca adelante una familia. Me he sentido mal por no pensar en millones de personas que no saben qué será de ellos y sus familias este invierno y que, salvo un milagro en los que no creo por principios, malamente podrán hacer una compra de supermercado y pagar la luz para que los suyos no pasen un invierno siberiano. Me siento feliz y deseando que acabe este agosto canicular para ponerme hacer lo que sé y que, aún encima, se me pague por ello, ya que yo también voy al supermercado y pago la luz y el agua. Además, con mi trabajo intentaré que los problemas de mis conocidos sean menos o ninguno. Me compararé, salvando las siderales distancias, con San Pablo. La diferencia estriba en que este que firma, es decir yo, ni me caí del caballo, ni me convertí en apóstol.
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