A vista de pájaro

La lejanía y la distancia modifican la contemplación. Resulte posible esta última desde lugares que lo permitan o quede la contemplación como ejercicio del recuerdo, cuando la lejanía y la distancia no sean magnitudes del espacio, sino sentimientos y sensaciones del alma. A vista de pájaro pueden observarse las cosas desde lo alto y, entonces, con tan alejada mirada, los detalles de la vida, que circula por el callejero de los días, no se aperciben cuando la perspectiva integra un sinfín de particularidades en el universo, bastante más anónimo, del urbanismo ciudadano que se dibuja en el lienzo de un panorama. Quietas están las gaviotas, como si su aérea desenvoltura necesitara el sosiego para ver las cosas de cerca y en compañía. Agotadas, por tanto, de contemplar horizontes mayúsculos, sin las circunscritas dimensiones de la realidad que la hagan manejable por relativamente minúscula. Con parecida razón, aunque con menos cansancio por el ajetreo de las alturas, también se dice que considerar las cosas a vista de pájaro no es sino hacerlo de modo general y somero. Por lo que no fatiga esa forma de atenderlas, ya que tiempo habrá para entrar en las particularidades que acaparan la atención y hasta extenúan con todos los pormenores y desvelos de lo irremediablemente cercano e impostergable. Las cuitas a ras de suelo que se desvanecen a vista de pájaro.