
La Rambla
Julio Gonzálvez
Vivienda y precariedad laboral
Acabo Mientras tengo tiempo (y ganas) de visitar los bares y restaurantes que han cambiado de nombre y/o dueño en mi entorno cercano, le dedico la columna de hoy a un -también novedoso- enoturismo. Los cambios más recientes han sido: El Alcázar pasa a llamarse Aguamarina; Domi se prejubila y no sabemos si cambiará de oferta en los próximos meses. La taberna Majareta se ha convertido en restaurante con el nombre de Bodega Mar. Vivo Gourmet, que se mudó de la Vega de Acá a la calle Marín hace pocos meses, parece que tiene nuevo propietario. Los dos locales de la calle Martínez Almagro han conocido multitud de negocios. El más cercano a Trajano ha sido bar de copas, pizzería, restaurante “km 0” (su ensalada de quinoa y salmón era de 14.000 km), asadores varios…y ahora se llama “El Callaito”. Etcétera. Vuelvo al enoturismo canino. La D.O. Somontano ofrece una ruta vinícola a la que se puede ir con perro. Clara Bosch, creadora y gerente del proyecto, dice que “teníamos varios objetivos y, sobre todos ellos, el fundamental era dar visibilidad al abandono. Necesitábamos hacer un proyecto para potenciar la integración de los perros en espacios públicos, atendiendo a una demanda social: dar facilidades para viajar con perros”. Ya tienen 9 alojamientos, 17 restaurantes y bares, 12 bodegas, 4 museos, 3 comercios y 1 empresa de taxis que facilitan el turismo con perro. Ya estamos acostumbrados a que se atienda cada vez más a las mascotas. Es normal, porque en España hay muchos más perros que niños. Sin llegar a los extremos excéntricos que leemos de vez en cuando en la prensa (herencias millonarias, panteones de mármol…) aquí hay perros con una vida mejor que muchas personas. Y con privilegios: te meas y te cagas donde te apetece y te recogen las cacas, te ponen un jerselillo si hace frío (se ve que su pelo natural no es suficiente), te llevan de paseo en cochecito de bebé para que no te canses… Pero a muchos no nos gusta comer en un restaurante donde haya perros alrededor. En las terrazas no hay manera de librarse de ellos: los dueños los llevan por doquier, ladran a otros perros o a quien les da la gana, te huelen entre las piernas y hasta pueden morderte si no llevan bozal; que casi ninguno lo lleva, por cierto. Así que, necesitamos ya locales donde esté permitido ir sin perros. De otras mascotas, ni hablo, que hay gustos que merecen palos.
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