La vida y las fiestas

16 de enero 2025 - 03:06

Viviendo en el campo, y dedicado con mayor o menor fortuna a la agricultura, me resulta casi imposible sustraerme al recuerdo de Los Trabajos y los Días de Hesíodo. Después de sus consideraciones sobre la justicia, el núcleo de esta obra lo constituye el “recetario” recibido del mismo Zeus que recomienda para conseguir resultados positivos. El primer requisito indispensable para el éxito es la dedicación, el trabajo, por cuanto los dioses aborrecen a los gandules. Se exige laboriosidad si queremos obtener buenas cosechas. Eso bien lo saben, lo sabemos, los que con mayor o menor exclusividad cuidamos la tierra. Lo otro, la programación de los trabajos que presenta, nos hace movernos entre las recomendaciones tradicionales del lugar (las habas se siembran antes del día de los santos; los ajos, antes de enero; las patatas para Santa Apolonia; los labrados de enero, y así sucesivamente) y las aportaciones de los nuevos conocimientos científicos que recomiendan cómo hacer las podas o el mantenimiento de la tierra sin labrar. En cualquier caso, muchos nos queremos mantener siguiendo las prácticas que se recomiendan para los cultivos ecológicos que, como dice el juramento hipocrático, lo primero es no dañar el medio ambiente. Y ahí nos movemos. Pero, aparte del trabajo y de los cuidados de la tierra, vivir inmerso en la agricultura proporciona una serie de satisfacciones contemplativas que no tienen precio: Por ejemplo, constatar, en esta época, cómo día a día van floreciendo los almendros; contemplar cómo poco a poco se van desarrollando los primeros brotes florales, los “cañamones” como se conocen a nivel popular. Es contemplar, como diría Heráclito, que la realidad es un río que nunca se detiene. Y, en paralelo a los pequeños cambios, hay también unas celebraciones que tienen carácter anual que permiten subsumir en un solo día los resultados de los esfuerzos del año. Sé que tienen lugar fiestas similares en toda nuestra geografía, pero por proximidad personal y sin ánimo de menoscabar ninguna otra, me gusta resaltar las de Lubrín y Fiñana. Son fiestas en las que el protagonismo corre a cargo de la gente, más allá y por encima de lo que aporten los ayuntamientos. Puertas abiertas al mosto, cohetes particulares al cielo, mesas en plena calle con ajo blanco, roscos y anchoas: quien quiera comprobarlo, que vaya a cualquiera de esos pueblos y lo verá con sus propios ojos.

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