Un viaje exento de calor y de magia

14 de junio 2025 - 03:09

Siempre le había costado madrugar, y más cuando los días eran largos e invitaban a acostarse tarde. Desde que tenía uso de razón la despertaba su madre antes de las ocho y ahí comenzaba su “vía crucis”. Las frases más icónicas eran: “niña date prisa que tienes el desayuno en la mesa”, “vas a llegar tarde al colegio”, o “date prisa, que te está creciendo la comida en el plato”, en tanto, sus ojos se resistían a permanecer abiertos. Había llegado a pensar, que levantarles a esas horas, era una maniobra de sometimiento con la que disfrutaban los mayores. Sin embargo todo cambiaba cuando la familia planeaba un viaje. Su padre decía que para aprovechar el día había qué salir “cuando las calles aun no estuvieran puestas”. Desde la noche anterior se dejaba todo listo: las maletas, los bolsos de mano, los bocadillos para el camino, y la ropa que se iban a poner durante los largos trayectos, aunque apenas fueran de cien kilómetros. En aquella época los coches no tenían la potencia de los actuales, y las carreteras eran laberínticas, lo que convertía el viaje en una Odisea. Entre las 5 y las 6 de la mañana los mayores comenzaban a trajinar, había que meter lo que cupiese en el maletero y las maletas grandes en la baca, sujetándolas bien para que no resbalasen y perder el equipaje. Las familias solían tener entre cinco y seis miembros, así que los niños se apretujaban detrás, mientras mamá iba delante con el más pequeño en los brazos. En cuanto sentían el ajetreo, nadie tenía que pedirles que se dieran prisa, se vestían con los ojos aún pegados y esperaban expectantes el comienzo de la aventura. Una vez en el coche, su madre se persignaba y pedía protección al San Cristóbal que observaba todo en silencio, colgado con una ventosa sobre el cristal delantero. La primera parada era la de los clásicos churros, después venía un café bien cargado para que el conductor no se durmiera y los pastelitos para mamá y los niños. Más tarde, cuando todos iban sudados en aquellas latas de sardinas sin aire acondicionado, tocaba la cervecita con una buena tapa de chorizo, los niños tomaban Fantas y Coca Colas. En aquel tiempo el conductor podía beber sin límite, siempre que pudiese manejar el bólido sin derrapar. Finalmente paraban en un lugar fresquito para comer, y que el conductor pudiese “estirar las piernas”. Mediada la tarde estaban ya en su destino, sudorosos, alegres y desgañitados de cantar, comenzando por el clásico “Ahora que vamos despacio, vamos a contar mentiras ….”.

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