Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Hablemos brevemente de eso que los maestros antiguos llamaban la «educación en valores» (hoy ya no se suele llamar así). Hablemos de los valores de la juventud, de la adolescencia, de esos que decimos que son de cristal y van a echar el mundo a perder. Resulta que hay un libro, una serie de libros, que tratan de la amistad con mayúsculas, de cómo un don nadie puede terminar siendo un héroe para sí mismo y para los demás. Es una obra que trata del espíritu de sacrificio, de cómo nuestros pequeños gestos pueden cambiar nuestro destino, planteándonos abiertamente lo siguiente: ¿qué haríamos si pudiéramos volver atrás y cambiar alguna de las cosas que nos sucedió o sucedieron a las personas que nos rodearon, en nuestra infancia, en nuestra adolescencia?. Además de eso, esta colección muestra claramente que las distintas situaciones sociales, los condicionantes debidos a situaciones de abandono, falta de recursos o inestabilidad familiar, pueden ser superados. Cada persona es dueña de su destino, pero no del modo individualista que nos venden los libros de autoayuda, sino siempre que se tenga en cuenta que todas las personas estamos entrelazadas y conectadas con las demás.
Me estoy refiriendo a una colección de manga (cómic japonés, ya saben ustedes), ni más, ni menos. Se trata de Tokyo revengers, de Ken Wakui, una saga que ha vendido ya más de 70 millones de copias en todo el mundo y sigue creciendo en número de ventas desde que se publicara en Japón, en 2017. Un cómic con gran éxito entre el público adolescente.
Hace unos días, Héctor García publicaba una columna cuyo título lo dice todo: ¿Y si la verdadera generación de cristal es la de los mayores de 50?. ¿Podría ser que los jóvenes de hoy tienen muchos más valores de los que imaginamos? ¿quizá quienes tengamos que callar somos los que hemos llevado este mundo al desastre, por acción u omisión? ¿podría ocurrir que la historia pusiera a cada uno a su lugar y los que tengamos más que callar seamos los adultos? Tampoco se trata de ser ingenuo, triunfalista, o pensar que hay grupos de personas (o generaciones enteras) mejores o peores. Cualquier generalización suele ser injusta, tanto para bien como para mal. Lo que sí está claro es que hay esperanza y que tenemos que dejar a un lado tanto edismo, tanta prepotencia y tanto mirar por encima del hombro. Y escuchar y valorar más, mucho más, a nuestros jóvenes.
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