
El Medio y el Ambiente
Ignacio Flores
¿Quién, quién levantó los olivos?
Primero fue cristiana por educación, después por convicción. De adolescente descubrió las enseñanzas del cristianismo y “cayó fulminada por el rayo” ante la tremenda verdad que transmitía aquel hombre que se decía hijo de Dios. En ese momento tuvo conciencia de lo duro y difícil que sería ser una buena cristiana, no se trataba de oír misa los días de guardar o de dar limosna a los pobres, sino de renunciar a las cosas materiales, y aceptar la pobreza como forma de vida. La evolución de la cultura que la rodeaba la alejó de ese compromiso y ella misma se diluyó entre la masa que la rodeaba. Trabajó duro para conseguir las cosas que estimaba necesarias para ser feliz, y un poquito más por si acaso. La pompa y el boato que rodeaba cuantas manifestaciones religiosas veía a su alrededor le atraía aún menos: bodas, bautizos o comuniones se fueron convirtiendo en un bazar de vanidades, donde lo religioso era relegado por lo material. De vez en cuando volvía sus ojos hacia atrás buscando algo que no acertaba a desentrañar, y con el correr de los años lo hacía más a menudo. Recordaba la fascinación que le causó aquel hombre que se denominaba hijo de Dios, e incluso Dios mismo hecho carne, y le costaba ver en sus seguidores la huella de sus enseñanzas. Y de repente llegó él y lo revolucionó todo. La primera muestra de rechazo a la pompa y al boato fueron los zapatos, algo aparentemente banal pero lleno de simbolismo, acabando con un funeral tan sencillo como una caja de madera conteniendo los restos mortales de un hombre bueno. En el camino dejó decenas de ejemplos de lo difícil que es ser el representante de Cristo en la tierra, de que la congruencia se paga ganándose enemigos cuando se les dicen las verdades, y sobretodo que la pobreza y la humildad son herramientas necesarias para ser sus seguidores. Es evidente que esto airó a muchos, sobre todo a quienes tenían por costumbre someter a quienes los rodeaban, fuesen ciudadanos libres, familiares o trabajadores. No le tembló la voz para denunciar las injusticas, para oponerse a las guerras y para reclamar la paz en el mundo. Muchos de sus poderosos enemigos se volvieron públicamente contra él, por el contrario, millones de seres vulnerables: los pobres, los que sufrían injusticias, las víctimas de las guerras, y tantos otros arrollados por regímenes inhumanos, recobraron la fe en unas enseñanzas que parecían obsoletas en un mundo asfixiante. Cuando asumió su papel dentro de la Iglesia, escogió el nombre que mejor le definió: FRANCISCO. Sin números romanos, sin florituras, sin nada más que una humanidad y una sencillez tan desbordante, que le hizo merecedor de la divinidad que representaba, puesto que Dios hizo al ser humano a su imagen y semejanza. Hoy los cristianos han perdido en la tierra a uno de sus más dignos representantes. D.E.P.
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