Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Postdata
En teoría, hoy es mi onomástica. Y digo en teoría porque, a pesar de la revisión de 1969, jamás me adherí al convenio colectivo de los arcángeles. Para mí, como para la Córdoba victoriosamente rafaelina y para tantos otros rebeldes anónimos, san Rafael se celebra el inamovible 24 de octubre, ahora okupado por san Antonio María Claret. Cosas de viejos, me objetarán, que soportan mal los cambios y fingen que sigue siendo lo que ya no es. Lo de Córdoba es tradición; lo nuestro, cabezonería nostálgica. Quizás sí. Uno acumula demasiados trienios como para amoldarse a los caprichos del santoral.
Es de eso, de los años, de la vejez, de lo que quiero hablarles en este domingo de felicitaciones para mí equívocas. Lo hago, además, fascinado por una sociedad en la que buena parte de la población cree a pies juntillas que los 70 son los nuevos 60, los 60 los 50 y así sucesivamente hasta que, exagerando, coincidan pila y primera comunión. En esa línea, una encuesta elaborada por Treasure Trails revela que uno de cada diez preguntados cree que tiene más energía que sus hijos. Con un par. Como si no estuviera claro que todo el mundo cumple años y que la vejez biológica es un proceso gradual que, variando en cada sujeto, resbala por una ineludible cuesta abajo. Por supuesto que el punto crítico propio depende de múltiples factores (el estilo de vida, la enfermedad, la satisfacción o insatisfacción que uno sienta respecto de lo que hizo o no hizo). Pero llegar, llega.
Se trata, así, de un estado subjetivo, tan relacionado con el cuerpo como con la mente. De ahí la discutible utilidad de las investigaciones científicas que tratan de determinar el instante exacto en el que comienza la senectud. La OMS, por ejemplo, lo sitúa en los 74 años. Por su parte, la Universidad de Stanford divide el envejecimiento en tres etapas: edad adulta (34 a 60 años); madurez tardía (60 a 78 años); y vejez (78 años en adelante). Su razón tendrá, aunque casa poco con la diversidad que uno ve en el garbo con el que cada cual soporta sus décadas.
Tarde o temprano te atrapa el toro y el mundo te va pareciendo cada vez más ajeno. En esto no les puedo aconsejar. Viejo de nacimiento, decía mi padre, descubrí rápido que la muerte es invencible y solo a ratos supe amordazar esa verdad. En fin, alea iacta est, estamos donde estamos y abra que afrontar lo que queda con paciencia, valentía y una pizca, solo una pizca, de sanísima desmemoria.
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