Vargas Llosa no resucitará

Brindo este modesto homenaje al escritor Vargas Llosa, fallecido hace unos días, por tantas horas de gozo procurado con la agudeza de sus clarividencias y creaciones poliédricas. Ya como intelectual, valedor indesmayable de ideales democráticos y vindicaciones sociales espinosas ante las que tanto sabio se vaporiza, pero que él nunca rehusó defender con gallardía liberal, por antipopulares que fueran, posicionándose sin ambages frente al nacionalismo xenófobo o a los totalitarismos, desde una ideología orwelliana coherente y bien armada. También como narrador literario, por el derroche de talento ingenioso con el que puso la ficción literaria, con prosa impoluta, al servicio de la crudeza, a la vez que la belleza, de ese galimatías que decimos conocer -sin conocerlo- que es la realidad. Un talento que le permitió fértiles incursiones en el ultraísmo y en el realismo mágico, creando espejismos alegóricos a fuer de exprimir artificios literarios tan verosímiles como envolventes. Fabulando con un sentido mágico que en realidad radiografiaba muy en serio el realismo social, haciendo comprensible los mecanismos que lo activan, a través de una extensa bibliografía, que ha justificado sus incontables premios literarios hasta ocupar un lugar privilegiado en el Olimpo de la literatura universal. Pero a la par, como articulista y gran defensor de la lengua y el humanismo cosmopolita, que tuve la fortuna de seguir primero en ABC, luego en El País, durante años, a través de cientos de tribunas en las que, con la palabra exacta y la retórica precisa, su prosa vibrante y su prosodia refinada, iba seccionando el tejido insólito de la actualidad cotidiana, delatando incoherencias de la autoridad mal entendida y poder peor ejercitado. Aunque acaso sus páginas más hechizantes, donde mejor proyectó su arsenal emotivo, libre de inhibiciones cortesanas, fuera en las que jugó con las pasiones amorosas que tan a menudo impregnaban o monopolizaron sus relatos sobre Visitadoras o Fonchitos, juega jugando con filigranas eróticas y estéticas, explorando fantasías que solo es posible concebir, creo, desde algún burlón regusto sensual adobado por vivencias adolescentes que supeditaran sus regodeos libertinos. Descanse en paz y gracias, maestro, mil gracias o más, por tantas horas en las que nos hizo felices con sus inventivas. Para mí que Mario no resucitará, acaso porque nunca llegue a morir del todo.

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