A Vuelapluma
Ignacio Flores
Los míticos 451º F
Dice el papa Francisco que pasa las vacaciones en casa, casi como vacaciones de trabajo, si bien atemperada la intensidad y la dedicación de los días no bendecidos por el descanso y el sosiego. Tales vacaciones domésticas no son mala opción, sobre todo si resultan de una decisión voluntaria y no impuesta por dificultades o contratiempos, de distinta naturaleza, que impiden tenerlas, sea dentro o fuera de casa. Pues agosto, aunque cada vez resulten menos ajustadas las convenciones o las costumbres, abarrota los destinos más a la mano para ir de vacaciones, y hacerse con un metro cuadrado de playa resulta misión imposible si no se pone el despertador que quería olvidarse. De manera que los días no resulten de reparadora tranquilidad y queden afectados por el tumultuoso bullicio de la masificación.
Se parecen algo a las vacaciones en casa aquellas otras, tampoco convencionales, que resultan del cambio de actividad. Esto es, hacer cosas y estar ocupados en actividades distintas a las propias del trabajo, principalmente si gusta hacerlas y despiertan particular interés y dedicación, puede asimilarse a un estado de vacaciones que, a la vez, conlleve una provechosa utilidad del ocio.
Mas no hay que olvidar, con estas alternativas, o acaso sucedáneos, de las vacaciones, la situación o la realidad de quienes no las tienen de ningún tipo, pues la falta de ocupación no conduce a alguna forma de ocio, sino de incertidumbre. Y memoria es conveniente hacer -no será memoria histórica recreada, sino recuerdo cercano y fehaciente- de cuantos, algunas décadas atrás, desconocían las vacaciones, pues no había sino que trabajar, faenar a destajo, a fin de aliviar, aunque solo fuera un poco, las estrecheces de los días, sin mayores desgracias que las acostumbradas a sobrellevar con resignación -ahora se dice resiliencia-.
Las vacaciones, en fin, como intermedio regulado en los convenios y la ocupación laboral, que satisface no solo la necesidad de descanso, sino asimismo una interrupción de las rutinas que suele acompañarse de estancias en lugares que se presten a ello. Y si el sitio se encuentra en la propia casa, acaso se trate de comprobar cuánto de genuino sosiego, de cotidiana expansión, hay en todo lo que no resulta posible con la bendita maldición -no es contradictorio- del trabajo.
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