La utopía posible

Un sistema de quince mil metros cuadrados de polivinilo dio lugar a la primera ciudad inflable del planeta

30 de mayo 2024 - 00:15

En octubre de 1971 tuvo lugar el VII Congreso del ICSID (International Council of Societies of Industrial Design) en la pequeña isla de Ibiza. Cientos de personas convivieron durante algunos días en uno de los mayores actos de ecologismo involuntario que ha dado lugar cualquier tipo de convivencia del ser humano. El congreso en cuestión ya se planteaba como un evento en el que confluyeran distintas formas experimentales de diseño y arquitectura, pero sin embargo, los recortes presupuestarios llevaron el ingenio al siguiente nivel.

Con apenas 10.000 pesetas como presupuesto para llevar a cabo cualquier tipo de intervención para el alojamiento temporal de todos los visitantes al congreso, el Grupo Abierto de Diseño Urquinaona encontró el encargo perfecto para poner a funcionar su creatividad e imaginación y plantear una utopía posible. El reto estaba claro, la parcela definida y el encargo cerrado, todo a expensas de idear algún sistema que permitiese alojar a tantas personas y ser montado y desmontado en tiempo récord sin necesidad de una mano de obra muy especializada.

Un sistema de unos quince mil metros cuadrados de polivinilo dio lugar a la primera ciudad inflable del planeta, un mar de plástico digno de ser ubicado entre el enjambre de invernaderos de Almería pero no, se montó en mitad de un precioso entorno natural de la isla balear. Con sus calles, sus zonas de pernoctación, sus áreas sociales e incluso sus espacios con vegetación y arbolado interior, el conjunto era una auténtica obra de arte experimental que solo fue posible en el contexto cultural en el que se fraguó, rodeado de jóvenes con grandes inquietudes e influenciados por un movimiento hippie cada vez más creciente en esa década y sobre todo, con un presupuesto ridículamente escaso.

Esta ciudad instantánea finalmente se convirtió en una realidad y, aunque con ciertas dificultades sociales propias de la convivencia de tantas personas en un principio desconocidas entre sí, todo terminó funcionando y el congreso pudo celebrarse pasando a los anales de la historia como aquel en el que unos plásticos hinchables dio cobijo a tanta gente.

Es curioso cómo, en algunas ocasiones, la falta de dinero es el único empujón que necesita el ingenio humano para desarrollar ideas que rompan con lo habitual para plantear soluciones alternativas a problemas convencionales.

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