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El turismo, a partir de 1960, fue el elemento más dinamizador de la modernización de España. A pesar de las “reticencias” de la omnipotente Iglesia, Franco se avino a autorizar los bikinis en Benidorm. Y la “mancha” se extendió por todas las costas españolas, sobre todo mediterráneas. Al régimen le vino bien por la entrada de divisas (que se añadían a las que mandaban los emigrantes en Alemania) y a nosotros por la afluencia de suecas. Suecas eran todas las extranjeras rubias y liberales, aunque la verdad es que nosotros no pillábamos cacho. Si miramos la cifra actual de turistas, las de aquellos años nos parecen de risa. Como muestra, cuando llegaba el turista un millón o dos millones (contados a ojo, se supone) les daban públicos homenajes. Como muestra, la canción de 1968 de los Stop, que empezaba así: “El turista 1.999.999 / cuando llegó / se lamentó. / Por bajar tan deprisa del avión con su minipantalón / se ha perdido la ocasión de tener las atenciones / que, por suerte, le brindaron al turista 2.000.000”. Ahora somos líderes mundiales en visitantes, el año pasado llegamos a ochenta y cinco millones, y creciendo. Pronto podremos agasajar al turista cien millones.
Y empezamos a acojonarnos. Se empieza a ver el turismo como un peligro. El paradigma es Venecia y muchas ciudades han comenzado a tomar medidas, por ejemplo Barcelona. Los resultados, de momento, son prácticamente nulos. No se trata solo de la invasión de personas, cruceros, aviones y coches, sino de la expulsión de los habitantes de los centros históricos de las ciudades y de las zonas costeras. Aumentan los pisos turísticos y los bares, y desaparecen las tiendas de barrio y los servicios. Al mismo tiempo, los alquileres se disparan, los ruidos aumentan sobre todo de noche y los espacios públicos se congestionan. El conjunto de estos factores favorece la huida de habitantes de los centros y barrios ocupados. Sin embargo, hasta los munícipes de los pueblos más pequeños no parecen tener otra aspiración que atraer turistas. Como si estuviéramos en los años sesenta. Desde los Canteros y Caciques de Macael a la Noche de los Candiles de Almócita. Y que no falten los “fest”: Coca Cola Flow Fest, Cooltural Fest, Solazo Fest… Proponemos otros, muy almerienses: Ponientá Fest y Levantazo Fest. No ponemos Levantá, que es la palabra local, por si se confunde con una fiesta de costaleros.
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