Opinión
Reinauguración del sagrado corazón de jesús
Tenía razón D. Trump cuando se jactaba en sus mítines de que sus seguidores son tan leales, que él podría ponerse a disparar a la gente en la Quinta Avenida de Nueva York y le seguirían votando igual. Y es que Trump y sus asesores saben, y lo explotan, que sus electores le votan no por argumentos racionales, sino por sufrir una severa ceguera emocional. Saben, porque las modernas ciencias cognitivas se lo acredita, que a la hora de votar, un buen número de ciudadanos no diferencia entre la emoción y la razón. Un extravío racional tan patente como alarmante porque si algo es maleable por los mecanismos cada vez más refinados del marketing electoralista justo son las reacciones patéticas del populismo. No en vano el Presidente Eisenhower ya advirtió en su célebre discurso de despedida, allá por 1961, sobre el peligro de la agresiva influencia de las elites económicas, (en aquel tiempo él las llamó el “complejo militar industrial”) que ponían en riesgo las libertades y procesos democráticos, porque nos venderían presidentes con la misma eficacia con que nos venden lavadoras. Una advertencia que cabe recordar hoy a la vista de la reacción que han tenido las bolsas norteamericanas ante el próximo escenario que se abre tras el triunfo de Trump: se han disparado al alza en Wall Street, por encima del 15% en un solo día, muchos valores energéticos y financieros, sobre los que la plutocracia trumpiana impondrá su ley. Y eso solo para empezar. ¿Será casualidad? Sospecho que tenga más de causalidad a rebufo de los compromisos programáticos de Trump, que a la vez explicarían la caída de otras bolsas europeas o asiáticas, turbadas ante las primeras medidas previstas por un “trumpismo rampante”, sintagma que uso como alusión metafórica al león que se muestra con las garras alzadas en actitud de dar su zarpazo al actual equilibrio comercial del mundo occidental. Una figura rampante, digo, que colma las simplezas populistas de un electorado que prefiere ser gobernado por un líder que le prometa cumplir faroleras expectativas gloriosas, por estrafalarias que suenen, si es que se las relatan con un lenguaje simplista y familiar, por zafio que sea. Y por chocante y paradójico que resulte la victoria de un delincuente, Trump, (encausado en 34 delitos, en unos ya condenado y otros pendientes de juzgar, de los que se auto indultará más pronto que tarde), justo sobre una Fiscal, K. Harris. Poco que celebrar, pues.
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