Reflejos
Francisco Bautista Toledo
Víspera de difuntos
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, donna nobis pacem. Este es el texto latino del final cantado de la misa cristiana, que traducido al castellano significa “cordero de dios, que quitas los pecados del mundo, danos la paz”. En la monumental Missa Solemnis op.123 de Beethoven, acaso la más importante -junto a Misa en si menor de Bach- de toda la historia de la música occidental, los solistas y el coro entonan un tema grandioso, de una intensidad expresiva no conocida hasta entonces –la Missa se estrenó en 1824- para una obra de estas características, que ahonda en el verdadero sentido del texto con una profundidad inaudita, radiante y expansiva. El Agnus Dei – Miserere Nobis, escrito en angustioso y suplicante si menor, da paso a este Dona Nobis Pacem en re mayor, cuyo desarrollo fugado se interrumpe en dos ocasiones por pasajes angustiosos, trepidantes y violentos. En el primero, las trompetas –de evocación apocalíptica- anuncian marcialmente las súplicas angustiadas de los solistas; un nuevo Miserere entonado por un conjunto de almas en pena, acaso condenadas, que piden misericordia a la desesperada, en un griterío exasperado, paroxístico. En el segundo, un pasaje instrumental donde los metales hacen un acompañamiento de disonancias casi atonales anticipándose al más radical y audaz Stravinsky de ciertos momentos de la Consagración de la Primavera, aboca a un estallido orquestal donde un estruendo de timbales y trompetas –nuevamente apocalípticas- se mezcla con los gritos terroríficos de los condenados. Al final, el tema luminoso y beatífico del Dona Nobis Pacem, se recupera de una forma expansiva y glorificada. Parece que se materializa la salvación para una humanidad doliente, torturada y abyecta, y tras lavar y purificar sus vestiduras en la sangre del cordero, se les prepara para entrar en la nueva Jerusalén Celestial, verdadera promesa para los supervivientes del Juicio Final, tras la resurrección de la carne. La música de Beethoven reinterpreta este dolor medieval y lo coloca en el centro del conflicto religioso del hombre contemporáneo. La coda, de una sabiduría exquisita, tras dos calculados silencios –tan expectantes, tan genialmente beethovenianos- recapitula este tema principal con un poder tan evocador, tan fascinante, que inunda de belleza nuestra mente, incluso después de su conclusión. Como recomendación final, escúchese esta música en versión de Otto klemperer, especialmente la de 1965 con la New Philarmonia.
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