El tratado Adams -onis y Méjico

05 de octubre 2024 - 03:09

El 4 de julio de 1776 se firmó la Declaración de Independencia por la que los Estados Unidos de América proclamaron su separación formal de Gran Bretaña. Desde prácticamente ese mismo día, la política exterior estadounidense se cimentó sobre la doctrina de “destino manifiesto”, de expansionismo, al considerar que era la Nación “elegida” destinada a extenderse desde las costas del Atlántico hasta el Pacífico. Pero resultó que el vecino de la frontera sur y oeste (que le cerraba el paso hacia el Pacífico), era nuestro Virreinato de Nueva España, que junto a Nueva Granada, Perú y Río de la Plata conformaba nuestro territorio de soberanía americano. Nueva España se convirtió en “dique de contención” de las ansias expansionistas estadounidenses, que provocaron crecientes tensiones fronterizas.

Esto dio lugar a que representantes de ambas Naciones tuvieran que sentarse a negociar en Washington los límites fronterizos. Como representante de nuestro Rey Fernando VII, asistió Luis de Onís, y por los estadounidenses su Secretario de Estado John Quincy Adams. La negociación se inició en 1819 y aunque se firmó en ese mismo año, no fue ratificada hasta el 22 de febrero de 1821 por ambas partes. Al resultado de esta negociación se le conoce por el Tratado de Adams-Onís.

La frontera se fijó más allá de los ríos Sabina y Arkansas hasta el paralelo 42° norte. Con este Tratado, renunciamos a nuestros territorios más allá de esa latitud, entre ellos, Oregón, las Floridas, la Luisiana y la navegación por el río Misisipi, pero mantuvimos Texas, territorio que los Estados Unidos reclamaban como parte de la Luisiana. El tratado fue beneficioso para ambas Naciones, ya que en nuestro caso mantuvimos Texas a cambio de una soberanía, que de facto no teníamos en Florida; en tanto los territorios del Oregón eran muy remotos y sin ningún valor comercial, mientras en el caso estadounidense, consiguió acceder a las costas del Pacífico. Por las fechas, las negociaciones se iniciaron en plena guerra secesionista en Nueva España, donde, como en el resto de nuestros territorios americanos, las élites criollas aprovecharon el “vacío de poder” en la península con nuestro Rey preso en Valençay (Francia) y la guerra peninsular contra el francés, a la que llamamos Guerra de la Independencia, para sublevarse. Es decir, mientras los traidores criollos luchaban por la secesión de sus territorios, nuestro Rey y también el de estos criollos, con sus escasos recursos de presión diplomática, intentaba defender los límites de nuestra frontera norte en América, que no era otra que la del Virreinato de Nueva España.

El Tratado Adams-Onís sólo estuvo en vigor 183 días, desde su ratificación el 22 de febrero al 24 de agosto, cuando firmamos el Tratado de Córdoba por el que reconocimos la independencia de Méjico, que nació como el Primer Imperio Mejicano, adoptando un Régimen Monárquico, siendo su primer y único monarca Agustín de Iturbide, quien gobernó con el nombre de Agustín I de Méjico. Su territorio abarcó al Virreinato de Nueva España, con excepción de las Capitanías Generales de Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico y Filipinas. Los mejicanos ratificaron el Tratado Adams-Onís en 1832, quedando así confirmada la frontera que habíamos acordado nosotros. Esta frontera se mantuvo oficialmente hasta la firma del “Tratado de Guadalupe Hidalgo”, en febrero de 1848, que dio paso al fin de la guerra entre estadounidenses y mejicanos, declarada por los primeros en 1846. El resultado de esta guerra para los mejicanos fue catastrófico, ya que perdieron los territorios que actualmente ocupan los Estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México, Texas, Colorado, Arizona y partes de Wyoming, Kansas y Oklahoma, estableciéndose la frontera en el Río Bravo, también llamado río Grande. Con sólo mirar el mapa, nos podemos hacer una idea del porcentaje del territorio perdido por los mejicanos tan sólo 27 años después de la secesión de España, en la que durante esta guerra de secesión, los criollos de Nueva España apostaron por los anglosajones, y en tan pocos años de independencia se dieron de bruces con la realidad de la doctrina del “destino manifiesto” estadounidense. Pero hoy en día, para los gobernantes mejicanos, todos sus infortunios son consecuencia de nuestra conquista, cuando ni tan siquiera han sido capaces de defender el legado que recibieron. Gobernantes mejicanos que, por otra parte, posiblemente lleven por sus venas más sangre española que mexica.

stats