
Pues yo lo veo así
Esteban Requena Manzano
Una respuesta
Cuentan que la famosa novela de Daniel Defoe, Robinson Crusoe, se inspiró en la historia de Pedro Serrano. Fue este un marinero cántabro que, allá por 1526, se convirtió en náufrago al arribar a un banco de arena que se transformó en su hogar durante ocho años. Rodeado únicamente de tortugas, aves y cangrejos, logró almacenar agua de lluvia y construir una torre de coral para enviar señales, hasta que finalmente fue rescatado.
Esta es una de las miles de historias que reflejan la fortaleza interior que muchas personas hallan frente a la adversidad. En el extremo contrario, encontraríamos a ese otro grupo que, ante un desafío o contrariedad mucho menor, se siente abrumado y se rinde fácilmente. La primera pregunta sería entonces: ¿de qué depende que emerja una u otra respuesta?
Existen diversos factores cuya combinación termina definiendo una u otra reacción. De base, tendríamos el temperamento innato, esa predisposición que nos lleva a reaccionar frente a un factor estresor de una forma u otra. En segundo lugar, está la educación recibida. Crecer en un entorno que enseña a persistir y a tolerar la frustración genera individuos fuertes y resilientes. Por el contrario, una crianza hiperprotectora puede dejarnos mal equipados para enfrentar los contratiempos de la vida, llevándonos a tirar la toalla al primer golpe. En último lugar podríamos situar las experiencias previas. Las personas que han enfrentado y superado desafíos en el pasado tienden a desarrollar una suerte de “memoria de la victoria”. En cambio, quienes acumulan fracasos pueden cargar con el peso progresivo de la duda.
En cualquier caso, es importante recordar que, aunque estos factores son relevantes, no son determinantes. Cada persona cuenta con la posibilidad de moldear su respuesta frente a las adversidades. Si bien es cierto que cada cual parte con mejores o peores herramientas, la actitud frente a los retos puede cultivarse y mejorarse. Respirar hondo, no resoplar; erguir la cabeza, no agacharla; y no anticipar el fracaso, sino ponerse manos a la obra, son matices que cualquiera puede poner en práctica y que acaban marcando la diferencia.
La fortaleza no es algo inmutable. Es una habilidad que se practica y se desarrolla a diario. Todos somos, en cierto modo, un poco Pedro Serrano. Constantemente se nos presentan oportunidades para decidir si tiramos la toalla o la convertimos en vela para avanzar.
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