El Medio y el Ambiente
Ignacio Flores
Sin química es imposible el progreso
Resistiendo
Un año más he vuelto a quedar con mi amigo Antonio en su pueblo, en el museo de su tío, el también pintor Antonio López Torres, para seleccionar las mejores obras de las que participan en el Certamen de Pintura y Dibujo que anualmente allí se celebra, convocado por el ayuntamiento de Tomelloso. Volver a este importante pueblo manchego supone para mí, una vez más, encontrarme con la obra de López Torres, un artista único y fascinante, que miró la realidad cotidiana del paisaje manchego con ojos realistas nuevos, verdaderamente insólitos y auténticos en el panorama de la pintura española de su tiempo. López Torres, desde la radical austeridad de la vida y el entorno natural manchegos, supo pasar por encima de la retórica pictórica de su época, haciendo tabla rasa y mostrándose absolutamente impermeable a toda suerte de Simbolismos, Novecentismos y vanguardias parisinas. Incluso, pese a ser alumno de Romero de Torres en la facultad de Bellas Artes, se mostró ajeno a influencias de éste, e incluso a las muy poderosas del tándem Sorolla-Zuloaga, que lideraba la escena artística española del momento. El realismo retinista de López Torres –siempre captado del natural en pequeñas tablas durante largas horas bajo el sol de La Mancha- surgió como una especie de revelación, prácticamente desde el principio de su actividad, como una suerte de predestinación, y como la natural predisposición de alguien que parece llegar ungido al mundo, escogido para los asombros. Concisión, esencialidad, despojamiento y objetividad, son los caracteres básicos de su poética expresiva. Mirada disciplinada que va colocando los tonos de color exactos sobre un dibujo muy bien construido. Un arte que parece nacido sin referencias a lo anterior, un diálogo exclusivo entre el motivo y el pintor que aspira a reproducirlo según la honestidad de su mirada. Dice Antonio que su tío apenas conocía grandes referentes del pasado; Velázquez y poco más. En aquel tiempo era impensable encontrar publicaciones sobre arte en el mundo rural español. De ese desconocimiento y del genuino pulso poético del artista frente al mundo que le rodea, nace la obra más deslumbrante de López Torres. En los años veinte y treinta, dueño pleno de su mundo de paisajes manchegos, bodegones rurales y pequeños retratos de personas cercanas, está la plenitud de su universo como autor. De ahí nace la gran renovación del Naturalismo español contemporáneo, una antorcha cogida y multiplicada después por su sobrino y los amigos Realistas de Madrid.
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