Editorial
Rey, hombre de Estado y sentido común
la montaña rusa
LOS primeros llegaban sobre las doce y se ponían al día sobre vidas y familias. Se empezaba a palpar el ambiente relajado y a vislumbrar la víspera de Navidad en La Reguladora de Pepe López. El grupo, la comida y la bebida en la mesa iban aumentando, al igual que la alegría compartida, la camaradería y la verdadera amistad, que se iban haciendo inevitables. Otros años se empezaba en la Bodega de Pepe. De forma natural, sin pactarlo, todos se unían en un lugar o en otro. Su andadura los llevaba al Bahía de Palma, donde Diego preparaba unos platos calientes, para terminar en el kiosco Amalia, desde donde marchaban a casa tras un par de americanos. En esos encuentros se encontraban José el Boca y su hermano Teo, Quique, Sebastián, Juan el Paquera, los hermanos José, Marcos y Pedro Escánez, José Antonio Alemán, Carlos Jover, Mario, Juan Gómez, Paco el Mellizo, Simeón, Frasco, el Coli y Miguel Serení. Otros muchos iban y venían y todos eran bienvenidos. Entre todos gestaban una fiesta como antesala de los días navideños. Se juntaban gente de la mar con la de tierra. Amigos al fin y al cabo, cada uno con sus vidas, sus idas y venidas, sus gestos y defectos, con habilidades o sin ellas. Lo que predominaba era la celebración conjunta, la presencia compartida, la confianza mutua y el hecho de que en esa conjunción del 24 de diciembre comenzaba de nuevo otra Navidad. Lo común era la afición al cante y los villancicos traídos de años atrás desde Balerma o Carboneras. Simeón y su guitarra aportaban cuerdas, los demás voces y unánime compás con toques en las mesas, palmas o instrumentos improvisados. Sonaba a casas de nacimiento que son de papel; tronchos y coles, azucar y canela, que no hay quien le meta mano a la pobre Micaela; cuatrocientos policías con cuatrocientas escopetas no pudieron darle caza a un cojo con dos muletas; a la puerta de un rico avariento llegó Jesucristo y limosna pidió, pero el rico en vez de limosna los perros que había se los achuchó; buenos pan de aceite buenos mantecaos un pavo relleno y la bota al lao; Balerma de mi Balerma Balerma de mi consuelo, quien estuviera en Balerma aunque durmiera en el suelo; a la una y media de la noche estaba San Cristóbal en medio del mar, con el niño metio en los brazos diciendo Dios Mío, ya no puedo más… ; de la sacristía sale, si no ha salio saldrá; a tu puerta hemos llegao cuatrocientos en cuadrilla si quieres que nos sentemos saca cuatrocientas sillas… y a cien más. Ni letras ni voces caen de la memoria. Tampoco cuando alguien se arrancaba en solitario y se escuchaba en silencio, estremeciendo sentimiento y piel por la proximidad del quejío. Actualmente se siguen reuniendo varios de ellos y, aunque llevo años sin verlos, siempre creo que los 24 de diciembre, junto a ellos, la tía roquetera camina pa Adra con un haz de leña los perros le ladran…
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