Telón de fondo

10 de octubre 2024 - 03:09

Siempre que atravieso el desierto de Tabernas por la autovía, no puedo evitar fijarme en los poblados de las películas. Los veo casi con los mismos ojos que cuando era niño. Algunos aún se mantienen en pie reconvertidos en miniparques temáticos. Otros han sucumbido al abandono, la dejadez, el expolio, o simplemente al paso del tiempo tras haber cumplido su cometido. Para los forasteros que los descubren al llegar, estos escenarios pueden parecer exóticos y pintorescos, pero para un almeriense, esta fusión arizónico-tejana forma parte de su identidad.

Hay algo casi poético en la forma en que estos decorados, creados para durar lo que dura una toma, logran capturar la esencia de una época o un lugar. En un momento, puedes pasear por un pueblo del oeste, con fachadas cuidadosamente diseñadas que esconden su naturaleza vacía y temporal. Desde la distancia, parecen auténticas, pero basta un golpe de viento —de ese que no nos falta en Almería— para recordar que todo es una ilusión, una obra destinada a desaparecer.

Esta arquitectura no busca la longevidad ni el aplauso del público. Su valor reside en lo que representa: la capacidad del ser humano para crear mundos de la nada para construir realidades imaginarias que cobran vida durante unos días, antes de ser desmontadas y almacenadas hasta la próxima aventura cinematográfica.

Lo efímero en el desierto no se siente como una pérdida, sino como un recordatorio constante de la transitoriedad de todo. Al fin y al cabo, estas tierras áridas y polvorientas han sido testigo de innumerables civilizaciones a lo largo de la historia. Que ahora sirvan como telón de fondo para relatos ficticios es solo una continuación natural de su destino.

Y sin embargo, hay algo más que pura escenografía en estos decorados. Cuando uno pasea por ellos, es fácil perderse en la ilusión. La mano del ser humano se ve en cada detalle, en cada ventana falsa, en cada puerta que no lleva a ninguna parte. Estos decorados son, en esencia, la máxima expresión de la arquitectura teatral, donde lo importante no es la estructura en sí, sino la historia que ayudan a contar.

Almería, con su paisaje duro y deslumbrante, es el lugar perfecto para esta conjunción entre lo real y lo imaginario. Aquí, en el silencio del desierto, la arquitectura de cartón piedra no solo es una herramienta sino un arte en sí mismo, una obra maestra efímera que nos recuerda que, a veces, lo más memorable no necesita perdurar para siempre.

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