La Tapia con sifón
Antonio Zapata
Pimentón en Nochevieja
Gafas de cerca
En la era predigital, allá por la juventud de un boomer criado a caballo entre Franco y la Transición, un single era un disco pequeño, uno de vinilo, frente al LP o elepé, que contenía todas las canciones de un álbum. El single tenía una canción principal o la más agradecida por el público, y nadie echaba demasiada cuenta a su cara B, salvo los friquis (que aún no sabían que lo eran: no se había abrazado en España este otro anglicismo que alude al rarito a mucha honra). Un single de hoy tiene una sola canción, la de su propia vida, y aceptemos canción como compañía estable. Sin embargo, puede darse que el single contemporáneo, con o sin adscripción a redes de contactos, cuente con cara B en la que vayan cambiando las canciones comparsa del espécimen soltero, término que aún resuena más sospechoso que single, y no digamos si en vez de soltero eres soltera. La soledad sigue siendo sospechosa.
Las tasas de soltería de primero cuño y sucesivos crecen sin cesar. Con el incremento single cursa el correlativo decremento de la tasa de natalidad. Por suerte, hace décadas que el divorcio dejó de ser la cara b del alcahuetón estigma de la soltería, una condición que promete la libertad y la falta de compromisos sentimentales diarios, pero que para muchas y muchos es indeseable, por llevar escondida la soledad. No la que inexorablemente provoca la viudedad –sobre todo a mujeres–, sino la que origina el desamor o el abandono de una parte a su contraparte. Aquella pareja rota que tenía no sólo beneficios para el corazón, si es que los tenía, sino también para el bolsillo: se denomina tasa single al coste adicional o extra que enfrentan las personas que viven solas por no poder compartir ciertos gastos con una pareja. Por ejemplo, una paella, que no la tarifan para dos personas o más. Un viaje. Un piso. No digamos un hijo.
También la vida saludable suele verse amenazada y mermada con la soltería, según dicen los estudios, algunos con más papeles que otros. El asunto es morboso y popularísimo: a ciertas alturas del curso de la vida, como quedó arriba dicho, hay un alto nivel de rotación, que diría uno de recursos humanos. Es más difícil comer bien con toda la nevera para ti, y por eso los singles son un target clave dentro de los segmentos de mercado de los delivery (estamos invadidos terminológicamente, sí: no disparen al pianista).
Yo iba a escribir sobre la decisión de Glovo de dejar de considerar a sus repartidores autónomos –falsos a más no poder–, y contratarlos. Pero no me ha dado lugar.
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