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Reflejos
Jaime Balmes (Vich, 1810-1848) filósofo español del siglo XIX, decía en su libro “El Criterio” (1845), en el capitulo sobre la elección de la carrera que mejor se adapta a los intereses del alumno, que “ Los padres, los maestros, los directores de los establecimientos de educación y enseñanza deben fijar mucho la atención en este punto para precaver la pérdida de un talento que, bien empleado, podría dar los más preciosos frutos, y evitar que no se le haga consumir en una tarea para la cual no ha nacido.”
Según este autor, sólo basta la atención sobre el alumno para conocer qué es lo que le gusta, dónde muestra mayores habilidades y destrezas, cuáles son las actividades en las que destaca.
Pero muchas veces hay que provocar la situación donde el alumno descubra su verdadera vocación, pues es necesario despertar su interés y gusto por alguna faceta de la cultura o profesión. Esto se llama buscar el momento en que surja la chispa que despeje la nublada mente confusa del menor, donde por falta de estímulos que lo inciten hacia un área de conocimiento o actividad laboral, no expresará su genio creativo, el cual hace que se distinga del resto, se sienta seguro, y reconocido, repercutiendo en su estado emocional de satisfacción personal. Es por lo que explicaba este filósofo que “ Cuidado con trocar los papeles: de dos niños extraordinarios es muy posible que forméis dos hombres muy comunes.”
Cuando en el proceso educativo todo se resume a una programación didáctica común, la cual está dirigida hacia un tipo de alumnado sin distinguir sus diferencias de intereses, personalidades, cultura social, conocimientos previos, destrezas y gustos, se restringe a un proceso de selección de un perfil estandarizado, encaminado a reproducir las mismas funciones en la sociedad. En este periodo de formación se podrá confundir al alumno común, que es estudioso, con una persona talentosa.
Mas esta no es la realidad, su esfuerzo lo dotará de un conocimiento ingente, pero no destacará cuando haya de profundizar en un tema específico.
En cambio, si se sabe estimular el genio intelectual del alumnado, si se conoce sus aptitudes, esto se llama educación personalizada, el profesor podrá discernir sobre su verdadero carácter y vocación profesional. Orientando el proceso de enseñanza hacia los hechos que conoce, los que les llama la atención, trabajando su interés, abriéndole la perspectivas del pensamiento, haciéndolo sujeto protagonista de su aprendizaje. Se conseguirá un ciudadano feliz, autónomo y especial.
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